Lo que es tu pasión, puede convertirse sin previo aviso en un muro de carga para el ámbito personal. Lo haces por ti, por tu futuro y sobre todo porque crees en ello. Pero, como para todo lo que conlleva un esfuerzo, nada es tarea fácil, y mucho menos al principio.
Un referente que sin duda alguna se encuentra en la mente de las bailarinas, es Antonio Correderas. El bailarín realizó su primer demi-plie en el Conservatorio de Córdoba, y tras a un largo camino lleno de gloria, pero también de piedras, ha llegado a formar parte del elenco del Ballet Nacional de España.
Por otro lado, tenemos a Rubén Olmo, director desde abril de 2019 del BNE, es el encargado de crear magia, movimiento y creatividad en dicho Ballet, y que además ha cumplido el sueño de formar su propia compañía, reconocida bajo su nombre.
El conservatorio Luis del Río, llamado así en honor a un bailarín y primer director del centro, admite una media de 430 alumnos en todo el centro, bajo la enseñanza de 31 profesores, tres de ellos catedráticos.
Los bailarines cordobeses que hayan aprobado las pruebas de acceso deben pagar una matrícula que oscila sobre los 470 euros. Por otra parte, Luis del Río cuenta con unas ayudas personalizadas para cada familia del bailarín. Esta beca puede llegar a cubrir hasta 1600 euros.
Ilustración- María Atienzar Moral. Fuente- Paula Diéguez
Da capo
Tanto en la vida como en el arte, muchas veces hay que escoger entre sentir o entender. Ellas, sin duda, se han guiado siempre por su sentir, desde el día en que el destino decidió que el sonido de sus vidas sería el compás de las castañuelas. El repiqueteo de sus tacones creando sueños sobre unas tablas.
En todo momento se han sentido llamadas por la danza, bien por pasar sus días bailando y acabar haciendo de su afición una profesión, o inspirándose en experiencias cercanas y dando así el primer paso de la coreografía que cambiaría sus vidas.
Infancia
Ninguna cree haber tenido una niñez normal con respecto a sus amigos. Han pasado la mayor parte de su vida asistiendo a un conservatorio cinco días a la semana, cinco horas en cada jornada. “Ha sido una infancia con más responsabilidad y disciplina que la de cualquiera que tuviera más tiempo para salir a la calle”, nos comenta Sonia.
También, señala que “Al tener que estudiar y también formarme bailando, he tenido que sacrificar y decidir cosas desde que era pequeña. Yo misma no era consciente de que elegía, simplemente es lo que sentía que tenía que hacer”.
Así, casi inconscientemente, han renunciado por amor al arte a actividades que se correspondían con su edad durante prácticamente toda la vida: “cumpleaños, fiestas, pasar tiempo con la familia, incluso las excursiones del colegio”, afirma María.
Crecimiento personal
La danza ha supuesto un camino de pronta madurez y de autoexigencia, que para las bailarinas ha tenido más rosas que espinas. Rocío nos comenta que “Es una satisfacción que, para mí, muy pocas cosas me la han dado en la vida. Tiene una recompensa enorme, tanto a nivel físico como psicológico”. Además, ha ayudado a fomentar su organización a la hora de estudiar, les ha aportado estabilidad a nivel personal, y lo más importante: han formado una pequeña familia entre las paredes del conservatorio.
Tipos de bailarinas
Ellas, como las flores que nacen en La Primavera de Vivaldi, son diferentes, pero a su vez consiguen crear una sinfonía perfecta. Muchas ven el baile como su mundo particular, un sitio al que pueden recurrir para evadirse de la monotonía cotidiana. Otras, sin embargo, han decidido dedicarse a ello profesionalmente el resto de sus vidas. María, por ejemplo, se dio cuenta a una edad temprana: “hubo un momento en el que recuerdo que tenía ochos años (el segundo año que pasé en el conservatorio). Me costaba muchísimo compaginarlo con mis estudios, era pequeña y no era consciente de la carga que tenía. Ese año fue un punto de inflexión donde vi que no era un simple hobby para mí”.
Por último, otras chicas tomaron consciencia de que era su futuro laboral cuando pasaron al rango profesional a los doce años.
La cara A: lo bueno
Bailar “es como mi hogar, porque llevo muchos años haciéndolo. He pasado tanto buenos como malos momentos, pero siempre me quedo con lo bonito. Me ha dado amigas que son como mi familia y con las que comparto cosas que no podría compartir con otras personas, porque solo nosotras sabemos el esfuerzo que conlleva. Todo vale la pena, sin duda”, afirma Miriam. Otras, nos dicen que valoran sobre todo “la salud a nivel físico o mental”, ya sea por utilizarlo para tener fluidez de movimientos, agilidad y coordinación, o para evadirse mentalmente, hallar la tranquilidad y sentir autorrealización.
Ilustración- María Alba Herrera. Fuente- Carmen Román
La cara B: lo malo
Como puede verse, la danza es un arma de doble filo. Puede darte, como cualquier pasión, las mayores alegrías de tu vida, pero también puede generar mucho desasosiego. “Siento que el sector está infravalorado. Tiene salidas profesionales nulas para un bailarín mediocre, un nivel de exigencia muy alto tanto físico como psicológico, y al ser un arte tan dependiente del cuerpo y de la vitalidad, la carrera profesional acaba pronto”, comenta Alba.
“Muchas veces he llegado a la desesperación por la disciplina que hay que tener. El tiempo que requiere la danza es mucho y tienes que renunciar a cosas que quieres por ello. Hay una competitividad enorme y a veces sientes incomprensión por parte de los profesores”, afirma Elena.
Reinventar
Preguntamos a las bailarinas cuáles consideraban que eran los aspectos más importantes que debían cambiar en la forma de educar dentro de la danza, y casi todas coincidieron en que el problema residía en la metodología que se utilizaba en muchas ocasiones, en concreto, Sol comenta: “el profesorado debería ser consciente de que todo se compagina con una enseñanza obligatoria. Además, pienso que en muchos casos se ha forzado más de la cuenta los bailarines, física y psicológicamente. Ante todo, somos personas”.
“Hay que tener más empatía y menos exigencia en determinadas circunstancias. Algunos días nos podía la presión”, afirma Sonia.
Ilustración- Alba Mengual Rodríguez. Fuente- DNG Photo.
Telón
“No he vivido nunca algo parecido a lo que se siente en un escenario, no se puede explicar con palabras”, comenta Alba. Lo que se ve en el teatro es el esfuerzo, dedicación, caídas y horas de clases sin parar, un momento en el que dejan de ensayar para entregarse en cuerpo y alma a lo que más les gusta: la danza.
“Las luces se atenúan y comienza a sonar aquella música que llevas escuchando meses, pero en aquel momento tiene un brillo distinto y único”, nos transmite María. En ese momento, las jóvenes bailarinas son el centro de todas las miradas.
Ellas son las únicas que saben los meses de dedicación y esfuerzo que se visualizan en dos minutos de espectáculo. Por eso, bailan, sienten y disfrutan solo por el placer de terminar y que la función no se quede sin aplausos.