15:55 h
La sede principal del Real Círculo de Labradores de Sevilla es un lugar acogedor. Sus sillones de cuero y mesas de caoba rezuman calidez y se mantienen firmes como lo que son; testigos mudos de tiempos pasados. El patio central —donde me encuentro— fue hace varios siglos el claustro del desaparecido convento de San Acasio. Observando con atención, me doy cuenta de que no ha perdido ni una pizca de su sacralidad original. Tan silencioso, tan geométrico, tan barroco. En cualquier momento, podría doblar la esquina un viejo monje agustino, envuelto en ropajes oscuros, mascullando una oración por las almas que…
El tañer de unas campanas me saca de mi ensoñación. ¿De dónde procederá este sonido de ángeles? Tal vez de la cercana Capillita de San José, o quizá del imponente campanario de la Iglesia de la Magdalena. No estoy seguro. De lo que sí estoy seguro es de que son las cuatro en punto, y mi invitado debe estar al llegar.
16:02 h
Dicho y hecho. Unos pasos firmes resuenan por el pasillo, y una figura esbelta se persona en el patio sin pedir permiso. Es Lutgardo García, uno de los poetas más reconocidos del panorama nacional. Nos saludamos amistosamente, y nos sentamos en torno a una diminuta mesa, que estaría vacía de no ser por dos vasos de agua a medio llenar. Sin mayores dilaciones, comienzo con mi batería de preguntas, que él responde con buen talante, de forma paciente y sosegada. Lutgardo, como el gran poeta que es, busca siempre la palabra justa, y eso dota a sus respuestas de una precisión y lucidez envidiables.
Primeramente, me intereso por la dualidad entre poesía y medicina que rige su vida. Dos disciplinas tan diametralmente opuestas, pero que, a sus ojos, tienen mucho en común. “Ambas tratan de lo humano”, explica Lutgardo. “De la angustia, la soledad, el amor, la esperanza…”. También compara el “ojo clínico” del médico con el “ojo poético” del autor. “El ojo clínico busca una verdad científica, mientras que el ojo poético busca una verdad literaria o espiritual”. A continuación, nos desvela un paralelismo sorprendente entre el método científico y el proceso de creación poética. “En el método científico distinguimos entre el trabajo de campo, el trabajo de laboratorio y el análisis. Esto también se cumple en la poesía. Uno debe estar con el radar puesto las veinticuatro horas, para captar detalles de la realidad. Luego viene el trabajo de laboratorio, donde se va construyendo el poema. Finalmente, todo se analiza y se mejora”.
Nuestro protagonista no podría entender su poesía sin su vocación de médico, y viceversa. Aunque reconoce que a veces ambas no son fáciles de compaginar, considera que el esfuerzo vale la pena. Resumiendo, nos cuenta: “La medicina es mi pasión profesional, y la poesía mi salvación personal”.
16:10 h
La entrevista ha empezado con buen pie. A Lutgardo se le ve con ganas de conversar. Cada frase viene acompañada de múltiples gestos, que añaden fuerza a su voz templada. A pesar de la hora que es, y de que el café que pedimos nunca llegó, se muestra despierto; enérgico. Considero que es un buen momento para adentrarnos en las profundidades de su mundo: la poesía. Comienza su relato, como toda historia, por el principio.
“He tenido la suerte de que en mi casa hubiera libros”, dice. “Además, tuve un padre que consultaba, revisaba y estudiaba esos libros. De este modo, mi pasión por la poesía, como cualquier pasión, nace debido a diversos encuentros”. Mientras reflexiona acerca de estas aproximaciones, que forjaron su forma de ver la vida, comienzan a surgir los primeros nombres propios: Juan Ramón Jiménez, con Platero y yo; las obras completas de Antonio Machado; Miguel Hernández y Viento del pueblo; y, finalmente, Federico García Lorca. Se detiene en este último de forma especial. “Lorca fue el encuentro fundamental. Cuando descubro a Lorca, es para mí el gran cambio”. No puedo evitar darme cuenta de que todos estos poetas son andaluces. Qué tendrá esta tierra… Aunque a eso volveremos más adelante.
He tenido la suerte de que en mi casa hubiera libros
Acto seguido, le pregunto si se acuerda del primer poema que escribió. La pregunta le pilla algo desprevenido, y se le escapa una risa tan liviana que queda suspendida en el aire: claro que lo recuerda. “Fue una pequeña poesía que le escribí al Cristo de la Buena Muerte de los Estudiantes, siendo yo muy niño, que prefiero no reproducir”, confiesa. Me siento tentado a indagar en los pormenores del poema. Sonsacárselo sería toda una primicia. Sin embargo, prefiero dejarlo estar. Hay cosas que solo deberían habitar en el corazón y la memoria del poeta.
De cualquier modo, su declaración es muy reveladora. El primer poema del autor andaluz no es sino el prólogo que inaugura uno de los temas fundamentales de su obra: la Semana Santa de Sevilla. El camino que inició en su infancia, mediante versos tímidos e inocentes cuidadosamente mecanografiados en una vieja máquina de escribir, llega a su cénit el Domingo de Pasión de 2015, cuando pregonó la muerte y resurrección de Cristo ante un Teatro de la Maestranza abarrotado y una Sevilla rendida.
Sin esperar un instante, Lutgardo continúa explicando cómo son esos primeros poemas: “Luego se escribe por imitación. Cuando lees a Lorca, tratas de escribir romances como Lorca. Cuando descubres a fondo a Juan Ramón, empiezas a escribir como Juan Ramón. Así vas, poco a poco, haciendo tu camino”. Su réplica despierta mi curiosidad. ¿Cómo puede el poeta, si escribe por imitación, saber que ha creado algo propiamente suyo? Le traslado mi duda. Esta vez, la respuesta tarda un poco más en llegar. “Eso es difícil saberlo. Cuando se está produciendo no se tiene la distancia para saber qué es de uno y qué es tomado de otro. Como decía Eugenio D´Ors: ‘Todo lo que no es tradición es plagio’. Sí es cierto que, con el tiempo, se llega a una madurez, no solo poética sino también personal, que te permite tener un cierto sentido crítico sobre lo que produces, y te permite decir: ‘esto es mío, esto no o, al menos, esta es mi pequeña aportación a una tradición’”.
16:22 h
La conversación discurre fluida. Apenas pregunto y el poeta sevillano, más que a responder, se dedica a narrar. Así, retomamos un tema que nos fascina a los dos y que daría para rellenar cientos de poemarios: el idilio entre Andalucía y la poesía. “Algo hay en el sur que favorece la aparición de poetas”, comienza. “El oído poético se da muy bien en Andalucía. Fíjate, por ejemplo, en Cádiz, cómo son capaces de construir una chirigota de un día para otro, con una musicalidad perfecta y una cuadratura métrica impoluta. O en el cante flamenco, com…Se interrumpe. Un aguacero acaba de estrellarse contra la vidriera que cubre el patio central, como si quisiera romperla. Lutgardo mira hacia arriba: “Está lloviendo”, sentencia. En su tono hay algo más que no logro descifrar. Quizá la lluvia le evoca recuerdos. O tal vez ha venido hasta aquí en moto. Continúa: “O como las letras en el flamenco, que en la gran mayoría son anónimas, tienen una métrica perfecta y algunas poseen una profundidad filosófica y metafísica enorme”. (Lutgardo es un gran amante del flamenco, de hecho, su poemario La llave misteriosa, publicado en 2017, versa sobre este tema, procurando distanciarse de los tópicos). “Algo hay en el sur que hace que la poesía se dé: elementos geográficos, climáticos, culturales… Andalucía no es gran tierra de científicos —no puede evitar que un deje de tristeza asome mientras pronuncia estas palabras— pero sí es gran tierra de poetas”.
Algo hay en el sur que hace que la poesía se dé
16:29 h
Nuestra cita va acercándose a su ocaso. Al fin y al cabo, es día laborable y a Lutgardo su deber de médico le reclama. Antes de dejarlo marchar, me decido a plantearle un interrogante que me rondaba la cabeza desde que supe a quién iba a entrevistar. Se trata de su visión sobre la inspiración. Es este un concepto ligado al artista desde el principio de los tiempos. Los autores de la antigüedad se consideraban simples instrumentos en manos de las musas. Sin embargo, en la modernidad son muchos los artistas que reniegan de la inspiración. Uno de ellos, el novelista americano William Faulkner, dirá para The Paris Review: “No sé nada de la inspiración. No sé lo que es. He oído hablar de ella pero nunca la he visto”.
Para Lutgardo García, la inspiración sí existe: “Soy un gran partidario de la inspiración, —dice mientras me mira fijamente a los ojos— además, me encanta defender el concepto de inspiración, porque defender el concepto de inspiración es defender el concepto de Dios”. A continuación, nos regala una frase para el recuerdo: “Yo creo en la inspiración en la misma medida en la que creo en Dios”. Finalmente, concluye: “En mi opinión, hay un soplo, un rapto, una influencia de algo que nosotros no podemos controlar: eso es la inspiración”. Sin embargo, esto no significa que la labor del poeta sea más fácil o que pueda relajarse: “Es como el amor. Si no sales a la calle, te arreglas, te cuidas…, es difícil que lo encuentres. Pues ahí está el trabajo poético: hay que estar pendiente, e intentarlo pase lo que pase”.
defender el concepto de inspiración es defender el concepto de Dios
Mientras hilvana con cuidado su discurso, le invito a compartir su visión sobre la naturaleza de los poetas. ¿El poeta nace o se hace? No se lo piensa. “Creo, en primer lugar, que el poeta nace, pues hay que nacer con ciertas cualidades o una inclinación especial. Pero el poeta también se hace. Se construye a través de lecturas, y es necesario un continuo aprendizaje. El poeta nace, pero se pule como los diamantes. De hecho, el buen poeta está en continua transformación”.
16:34 h
Desde donde estoy sentado, puedo ver el reloj de la pared de enfrente con claridad. Son las cuatro y media pasadas. El tiempo se ha agotado. Cuando me dispongo a incorporarme y parar la grabadora, Lutgardo me sorprende con una última afirmación, que parece más bien un pensamiento en voz alta: “…Y se acaban también los poetas. Hay poetas que agotan su voz poética, y dejan de escribir poesía”.
Nos despedimos. El salón del centenario club queda tan vacío como lo encontramos. Las últimas palabras del artista resuenan en mi cabeza. Me encojo de hombros. Tras treinta y dos minutos con Lutgardo, estoy convencido de que nada podrá apagar el fuego poético que lleva en la garganta.