jueves. 21.11.2024

Adrián Romero Jurado — El Siberiano


Para leer a Bukowski no hace falta ser un entendido en el arte de la lírica, tan solo idiota. Jamás encontrarás un lector suyo tomando el bus. Son paradas distintas: quien ojea las páginas de Poemas de la última noche en la tierra lo hace bajo el presagio de estar llamando a Caronte; los que su única distracción es mirar un panel con números ya están muertos y bien muertos. Fusilados financieramente a golpe de pitido bonobús; rematados si agachan la cabeza frente al conductor sin detenerse a saludar.

Tomarlo es un contrato social. Comprometes la expectativa salubre de tu trasero, extremidades y cabeza, sea de pie o en asiento, a cambio de un paseo acompañado de la más variopinta fauna urbana. Un safari a lo excursión por Kenia, con las mismas posibilidades de recibir un mordisco o contraer la malaria. Si mañana los marcianos descendieran del plató de Cuarto Milenio —y visto 2020 lo establezco como hipótesis factible— los invitaría a un paseo en ómnibus. Una de dos: o salen con novedoso material para reeditar El origen de las especies versión interestelar o nos justifican un Independence Day.

También tiene su idiosincrasia, quieras que no. Hasta en la selva hay leyes, lecciones de vida que uno aprende a golpe de frenada. Una de ellas es volver al vehículo público una especie de obituario de amores quinceañeros o libro de firmas de algún Miró alcoholizado. El primer emoticono que vi de pequeño fue en el asiento trasero de la línea 4 destino Fidiana: dos puntos y un paréntesis jorobado, probablemente de un estudiante ahora diplomado. Son edades en las que crees que el patrimonio público está hecho de piezas Lego; si jodes un trozo, solo basta con rebuscar en la caja de cartón mientras lees las instrucciones. Con ese pensamiento de tan baja moral me cuesta como contribuyente treinta y nueve mil euros limpiar el grafiti en la muralla de Ronda Marrubial, zona que por cierto atravieso en mi queridísima línea 4. Mire, si a usted le corre la vena criminal, déjeme decirle que Thug Life es Rosa Parks en el 55 defendiendo los derechos de los afroamericanos. Y lo hizo subida a un autobús.

Cuando poso mi señor culo en ese trozo de plástico moldeado, observo y escucho, a veces como un espía soviético en plena Manhattan. Si no hay conversación que dar, llevo los cascos puestos, sin música. Es menester de todo buen confesor ser comedido en lo que diga y abierto a lo que oiga, y si ese joven o mayor se va de decibelios hasta ser captado por mi oído, mirándome con suspicacia detectivesca al darse cuenta, diré mientras retiro un auricular qué tan bueno es el álbum de tal o cual grupo suburbano. El costumbrismo actual se cuece en las paradas y en sus pasajeros, sus preguntas y conversaciones. Sardinas en lata sumergidas en sus propios mares, que se entrecruzan en los diez o veinte minutos de viaje y después vuelven a retomar su corriente. En ese instante descubres lienzos peculiares: una conversación en móvil que termina en lágrimas, un nieto revoltoso que mira curioso una pintada, un bocinazo del conductor que al instante consensua entre los presentes el culpar al despistado turismo… Son acciones muy pequeñas, apenas trazos de lo que serían figurantes en un cuadro mayor, pero ahora que la mascarilla todo lo tapa, las acciones banales, antes ignoradas, nos redescubren. Me hace gracia que algo tan humano suceda en el invento que justamente nos hizo más humanos, solo que multiplicado por cuatro.

Yo no sé cuántos compañeros con síntomas pudieron compartir un asiento a mi lado, pero sé cuántos estamos asintomáticos de algo humano. Y lameríamos hasta los pasamanos si con ello se desprendiera un poco de luz entre tanta incertidumbre que hoy nos acoge. No sabemos el tiempo que durará este viaje que emprendimos hace meses, pero convivir unos minutos en un zoo sobre ruedas lo vuelve intrascendente. Últimamente se me hace algo difícil escuchar las bondades de esos anónimos que me inspiran entre tanto textile non-tissé. Antes comprendía la solución a la crisis política española o el conflicto palestino en dos paradas. El otro día, ya desesperado, activé mi Spotify subido al 702 de la línea 4. Una lástima.