Posiblemente, la pregunta esté lejos de encontrar una respuesta digna, como a menudo sucede con todas las cuestiones que envuelven nuestro día a día, la mayoría recubiertas de una pátina de desconcierto, incertidumbre y, en ocasiones, nostalgia. Esta última ligada al recuerdo de un tiempo pasado mejor.
Sin embargo, en medio de esta amalgama de dudas podemos tratar de especular, embarcarnos en la nunca fácil pero siempre divertida tarea de mirar un poco más allá del tiempo estrictamente presente, sin olvidarnos del, a mi parecer, ya manido “Carpe Diem”. Es evidente que vivir con furor el aquí y ahora es requisito fundamental para ser felices, pero-y estaréis de acuerdo conmigo-la vida de hoy, la que se está sucediendo mientras me lees, es un plano totalmente volátil, mucho más que un bloque de hielo fundiéndose en agua hirviendo.
Vivir con furor el aquí y ahora es requisito fundamental para ser felices
De esta manera, es decir, dejando a un lado el disfrute desmedido que inspira la locución latina, podemos pronosticar una larga vida al complemento de tela que introducía hace unas líneas. Una reflexión tal lleva adjunta otra: la crisis va para rato.
Ya no hablo de una economía que se desploma a cada golpe de tecla que ejecuto en mi ordenador. Y mucho menos de cifras más escalofriantes que no me atrevo ni a desglosar aquí. Estaríamos hablando de la muerte lenta de lo bello: la decadencia de la belleza…
Claro que, como sucede con todas y cada una de las palabras que componen nuestro lenguaje, es vital conocer qué se entiende por bello. El sociólogo jamaicano-británico Stuart Hall apelaría a los mapas conceptuales compartidos, ese entramado de significados y significantes que son comunes a una misma sociedad. Pues bien, la belleza en nuestras sociedades posmodernas es una belleza sin rostro, carente de todo lenguaje y concepto: pornográfica. No os asustéis respecto de esto último.
La belleza en la sociedad posmoderna es una belleza sin rostro: pornográfica
Lo pornográfico, lejos de lo que convencionalmente nos evoca, radica en la cercanía con el objeto o sujeto bello. Tan pornográfica es la belleza de hoy que tendemos a eliminar esa molesta distancia que nos impide palparla, o lamerla. De nuevo, no os asustéis. Somos una sociedad naturalmente táctil: queremos tocarlo todo; es casi una necesidad imperiosa.
Precisamente por esta descripción que Byung-Chul Han elabora magistralmente del mundo que habitamos, pensé que la pandemia no era oportuna. Ningún mal a escala mundial es oportuno, pero esta enfermedad en concreto menos. Sencillamente, no nos viene bien.
Cuando los filtros estaban perfeccionándose cada vez más, reconociendo al milímetro cada facción de nuestros rostros o cambiándonos el pelo de color, llega una pandemia y, con ella, la imposición de llevar puesto un trozo de tela que, para más inri, nos tapa media cara. Esto es una aberración para el sujeto posmoderno-pensé. ¿Cómo puede recuperarse así la belleza?
Lo cierto es que, en esa aventura que es la lectura, seguí decodificando las palabras del surcoreano. Mi premisa anterior era errónea pues, si bien la obra no conforma un decálogo milagroso para salvar la belleza, sí concede pistas que dejan entrever luz al final del túnel. Entre ellas, la necesidad de que nuestra experiencia contemplativa termine por desinteriorizarnos, literalmente, sacarnos de nosotros mismos.
La experiencia contemplativa de lo bello debe desinteriorizar, sacar al yo de sí mismo
Como todos alcanzamos a imaginar, este es un proceso doloroso, parecido al dolor que el protagonista del Mito de la caverna de Platón debió sentir al salir de ella. A nadie le agrada perder su yo, tan característico de la individualidad posmoderna, ni siquiera apartarse para dejar paso al Otro. Pero resulta que, y aquí la clave es asumirlo desde ya, hay que abrirle camino a la Otredad para disfrutar plenamente de lo bello. Aunque creas que la belleza es un lujo exclusivamente tuyo, o pienses que disfrutarla en solitario la hace más bella. Déjame decirte, en nombre de Byung-Chul Han, que te equivocas. Que nos equivocamos.
Hay que abrir camino al Otro para disfrutar plenamente de lo bello
Y no tardaremos en darnos cuenta. Cuando los filtros ya no nos reconozcan, o aún mejor, cuando el selfie quede denostado por reflejar nuestra interioridad vacía, ahí se producirá el milagro y cambiarán las tornas. Rechazaremos lo pulido y nos enfrentaremos, no con poca valentía, a la negatividad de lo imperfecto y rugoso, a eso que nos zarandea y desinterioriza (porque las mascarillas son molestas, no dejan respirar bien ni llevar gafas sin que se empañen). Pero estamos avanzando, coleccionando estos complementos en todos los colores. Estamos asumiendo paulatinamente la belleza de lo desconocido, una que por primera vez es natural y no digital.
Se abre ante nosotros una concepción irrevocablemente diferente de lo bello. Hay una conciencia colectiva de la necesidad de llevar mascarilla, por el bien propio y del otro. Y de la coyuntura estamos consiguiendo además engendrar belleza, tal y como reza el último capítulo de “La salvación de lo bello”. Esto es revolucionario.
Estamos asumiendo paulatinamente la belleza de lo desconocido
Así que, sin perder de vista la crisis que define el presente inmediato, déjame recordarte que hay otros tiempos. En la línea cronológica de la vida también hay un pasado y un futuro: una red de recuerdos y un puñado de hipótesis. Juntos podemos reconvertir esta historia.
Por el momento, debemos salvar las distancias, aunque yo prefiero salvar lo bello.