«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido».
Howard Phillips Lovecraft, uno de los más brillantes autores de literatura de terror que ha dado la humanidad, se refería en estos términos al miedo, puede que una de las emociones más complejas y de la que, en situaciones de la vida real, casi instintivamente huimos. No obstante, cuando consumimos ficción, lo cierto es que experimentamos una suerte de adicción incomprensible por sentirnos vulnerables, por que nuestro corazón llegue casi al punto del colapso y sintamos cómo se nos hiela la sangre, sensaciones que el autor de La llamada de Cthulhu conseguía crear de manera magistral.
Un siglo después de esas palabras de Lovecraft, el terror sigue más vivo que nunca, literalmente. El cine ha conseguido aprovecharse del género de manera magistral con obras como El exorcista, El resplandor, Pesadilla en Elm Street o La matanza de Texas, entre otras. Son títulos que, aunque tienen un componente de rechazo a priori en parte del público, captan masivamente al grueso de la audiencia. Y esto sigue pasando hoy día, en 2017. Rob Cain explica en un artículo publicado en Forbes cómo este año está suponiendo un repunte del interés por este género, y lo vincula al estreno de la adaptación de la novela de Stephen King, It, además de otras obras como Get Out, Annabelle: Creation, Alien Covenant o Happy Death Day. En general, y como él dice, “hacía mucho tiempo que el abanico no era así de amplio en la industria del cine de terror”. ¿Pero por qué el repunte se está produciendo justo en este momento, en este año?
El estado de la política, especialmente en Estados Unidos, donde tienen lugar la inmensa mayoría de estas producciones, puede ser un factor clave para comprender el fenómeno. Cain apunta que la última vez que el género disfrutó de tanta popularidad fue en el periodo entre 1999 y 2002, con importantes sucesos como el impeachment a Bill Clinton, el 11-S y el inicio de la guerra de Irak con George W. Bush al frente. Fue en ese lapso de tiempo cuando nacieron grandes títulos como El sexto sentido, Scream y El proyecto de la bruja de Blair, que, por cierto, por su naturaleza de falso documental o metraje encontrado aún hace creer a muchos espectadores en el 2017 que se trata de una historia real. En una línea similar, John Hess profundiza:
“Repasando la historia del cine de terror encontramos monstruos surgiendo en los años 50 de nuestros miedos por el hombre del saco radiactivo, zombis en los años 60 con Vietnam, 'Pesadilla en Elm Street' como la desconfianza en la autoridad a raíz del escándalo de ‘Watergate’, y de nuevo zombis en el 2000 como reflejo de nuestros miedos virales y pandémicos”.
Pareciera como si estas obras de ficción actuasen como catarsis del día a día, o incluso como profecías de sucesos que ojalá nunca hubiesen ocurrido. No obstante, hay un elemento por encima de estas consideraciones, común a todas las obras que se han mencionado hasta ahora: no hay ni una sola mujer al mando. Pero parece que poco a poco la tendencia va cambiando.
Cuando la ficción atrofia la realidad
Stephen King dice que “la ficción es una verdad dentro de una mentira”, y el prototipo clásico de película de terror cliché ha tendido siempre a reforzar, de manera más o menos directa, una idea: la chica como figura vulnerable y habitualmente en posición de peligro, que además es atractiva para el hombre. Esto se materializa en tres grandes arquetipos: la chica dulce e ingenua del piso de al lado; la damisela vulnerable, normalmente asesinada (pensemos en cualquier película slasher); o la mujer, también vulnerable, que termina siendo corrompida por un mal superior, sea un villano o ente paranormal o demoníaco. A todo esto se le debe añadir la capa de ‘hipersexualización’ que, más aún en un género como el terror, sufren estos personajes femeninos, obteniendo así un cóctel explosivo que difícilmente supone una representación ni siquiera mínimamente real de la mujer.
Esto, que podría parecer simplemente una decisión de los guionistas y que tan solo afecta a una narración de ficción, se vuelve peligroso cuando se repite una y otra vez el mismo tropo, creando así clichés que calan más y más profundo en el pensamiento colectivo, véase títulos como Under the Skin. Es así como se llega a extremos como la figura de la ‘seductora demoníaca malvada’, que Anita Sarkeesian explica en el canal de YouTube Feminist Frequencies:
“Cuando una ‘seductora demoníaca malvada’ aparece en pantalla, los hombres la deshumanizan, reafirmando sus nociones machistas preconcebidas por las cuales la mujer es manipuladora y mentirosa. Que las mujeres asuman este mito machista entraña peligro; en lugar de reconocer que nuestra sexualidad es algo que debe ser explorado y celebrado, nos repetimos a nosotras mismas que es nuestra única forma de conseguir poder en la sociedad”.
Fotograma de Under the Skin, película más que cuestionable desde la óptica feminista.
A este respecto, Chelsea Hawkins, bloguera freelance, aporta una clave importante que profundiza en la idea de Sarkeesian:
“El problema no es que las mujeres sean malas o sexys (pueden ser malas y sexys), el problema es la forma en que esas imágenes se mezclan con muchas otras imágenes misóginas que ya han permeado en la cultura popular. Ese es el problema del que las películas de terror deben darse cuenta”.
Todo esto se vuelve aún más caótico de comprender cuando los datos revelan que el género de terror tiene más público femenino que masculino: Expediente Warren: The Conjuring tuvo un 53% de público femenino; La purga, un 56%; y Mamá, un 61%. La profesora de cine de la Universidad de California, Shelley Stamp, comenta incluso que ya en los años 30 y 40 la promoción de las películas de terror de la época se dirigía fundamentalmente a ellas. Esto lleva a pensar en cuestiones, como poco, complejas: ¿podemos consumir estos productos mientras seamos conscientes de su marcado carácter machista? ¿O consumiéndolo estamos ayudando a perpetuar esas imágenes totalmente deformadas de la mujer? Desde luego, lo que es cierto es que el género de terror no solo está hecho por hombres: hay vida más allá de eso.
Las chicas al poder
En el cierre de la edición de 2017 del Festival de Cannes, la actriz y jurado del festival Jessica Chastain se pronunció al respecto de la representación femenina en las películas que había estado viendo y valorando esos días. Comentó que su experiencia, salvo algunas excepciones, fue bastante alarmante, porque la representación de la mujer que se hacía en pantalla no se correspondía con la de personajes femeninos reales, coherentes, humanos. En ese sentido, decía que cuando sean mujeres las que escriban esas historias, podrá reconocer a personajes femeninos que se asemejen a su día a día: personas activas, fuertes, que no actúen en función de los hombres que las rodean.
Su crítica, aplaudida por el resto de compañeros del jurado, supone por sí misma un primer paso fundamental: es necesario que voces importantes dentro (y fuera) de la industria hagan visible este problema y vislumbren posibles soluciones. La llegada del feminismo al cine parece conditio sine qua non para que los clichés de los que hablábamos antes pierdan espacio a favor de historias escritas y dirigidas por mujeres que dibujen un panorama más real, donde ese arquetipo de ‘seductora demoníaca malvada’ quede relegado a esperpéntico, entre otros estereotipos.
Un cine de terror femenino, o mejor dicho feminista, supondría una ‘contranarrativa’ hacia esos clichés de los que se hablaba antes, además de una profundización adulta en las posibilidades del género. Así, a través de una representación real de la mujer, liberada, se establecerían unos mimbres de igualdad sobre los cuales se pueden explorar nuevas cuestiones aún sin tratar, porque el grueso del cine de terror hasta ahora, por su idiosincrasia, no lo ha permitido.
En esa línea, Desirée de Fez apunta que “la mayoría de las mejores películas de terror de los últimos años han sido dirigidas por mujeres, sacuden o renuevan el género y aportan nuevos temas o enfocan los de siempre de otra forma”. Un buen ejemplo para comprender a qué se refiere, y también para adentrarse en este cine de terror feminista, quizá sea Babadook, que no solo te eriza la piel sino que es un ensayo magnífico sobre la maternidad, como se explica en este artículo de Bitch Flicks. La cinta adopta de forma muy genuina un marcado carácter feminista, con una narración que se siente natural y logra hacer su crítica de manera brillante. Otra película que también trata estas cuestiones es la francesa Évolution, hasta cierto punto con un toque más oscuro.
Gita Jackson escribió un genial artículo en Polygon que lo tituló “Horror movies are one of the few places women are told their fears are real” ("Las películas de terror son uno de los pocos lugares en que los miedos de las mujeres son reales"). Babadook va precisamente de eso, de una madre que tiene inseguridades y miedos, al igual que su hijo, aterrado por el monstruo que sale del libro. Otras películas escritas y dirigidas por mujeres, que también hacen incursiones distintas a lo común, son The Bad Batch, La invitación, The Lure o Prevenge, entre muchas otras. Jovanka Vuckovic, cineasta, cree que todas estas películas dirigidas por mujeres no son sino “la prueba de que incluso el cambio de perspectiva más pequeño deriva en nuevas ideas y formas de narrar. Como las mujeres no han sido históricamente representadas como seres humanos reales, cuando vemos películas así nos resultan totalmente nuevas y auténticas”.
La lista de ejemplos, comparaciones y análisis entre películas con y sin enfoque feminista se hace larguísima, con casos como Carrie, de la que se podría hablar largo y tendido. Sirva de ejemplo este apunte de Maggie Freleng:
“Durante la segunda ola del feminismo, asustaba a muchos hombres el hecho de que las mujeres ganasen poder, liberándose a sí mismas y a sus cuerpos. En este periodo era común que las películas dibujasen la idea de una mujer liberada y qué podría pasar si esta mujer tuviese demasiado poder. Películas como 'Carrie' mostraron el miedo y el horror de una mujer con poder y qué pasa cuando le da una oportunidad a su cuerpo”.
También es digno de mención otro fenómeno: hombres escribiendo y dirigiendo cintas que afrontan este enfoque de una forma interesante. Es el caso de títulos como The Monster, The Eyes of My Mother o It Follows, en la que se explora la sexualidad de una manera ligeramente distinta.
En definitiva, se trata de ser consciente de una realidad que está ahí, el feminismo, y cómo poco a poco florece en los distintos campos del hacer humano. Y ello entraña dos visiones complementarias: de un lado, las mujeres que cuentan sus historias; de otro, los hombres que aprenden a apreciar esa realidad y a deconstruirse. Dice Karyn Kusama, directora de La invitación, que “siente firmemente que la cultura de masas quiere y necesita voces femeninas. Hay obstáculos, pero la perspectiva femenina, la perspectiva ‘queer’ y la perspectiva negra-asiática-latina-musulmana-desfavorecida-perseguida son necesarias”. Parece lógico, por tanto, que en las historias que nos contemos procuremos no dejarnos fuera a más de la mitad del planeta.