Nacido en Estocolmo (Suecia) un año antes de la guerra civil española (1935), el diplomático Antonio de Oyarzábal Marchesi ha representado a España en una gran variedad de países. En su último libro Crónicas livianas, publicado el pasado septiembre, de Oyarzábal narra su contribución a la política exterior de nuestro país en un formato amable, recuperando las anécdotas y recuerdos que han marcado su trayectoria profesional. La obra está además prologada por la escritora uruguaya Carmen Posadas. Hoy ambos mantienen un encuentro para charlar amistosamente bajo el título «Antonio de Oyarzábal: itinerario y anecdotario de un diplomático», un evento organizado por la Fundación Ramón Areces.
Raimundo Pérez-Hernández abre el evento. Con voz ronca, el Director de la Fundación Ramón Areces se sirve de una hoja de notas que reposa sobre sus piernas para presentar el itinerario (y nunca mejor dicho dado el título de este encuentro) de las horas de charla distendida que se nos presentan a todos los oyentes por delante. Somos oyentes virtuales, claro.
Raimundo Pérez-Hernández. Instantánea: Paula Paín
Hechas las presentaciones y verbalizados los agradecimientos, Carmen Posadas toma la palabra. Por su vehemencia sabemos que habla la voz de la experiencia: «Yo, que también vengo del mundo diplomático-explica Posadas- sé que las grandes cosas suceden en los salones». Qué manera más acertada de definir la diplomacia-pienso. «Sin embargo-prosigue- luego hay un montón de sucedidos que, pudiendo parecer intrascendentes, son la cara B que explica la cara A». Esta definición se me antoja mejor que la anterior si cabe. Concluye: «Los grandes hechos de las historia se explican por eso que Graham Greene llamaba «el factor humano».
Carmen Posadas. Instantánea: Paula Paín
Gabinete técnico con Castiella
De Oyarzábal asiente ante las palabras de Posadas. Hay cariño entre ellos y una gran dosis de entendimiento. Es así como el diplomático se embala con la explicación de sus inicios en el Gabinete Técnico de Fernando Castiella, Ministro de Asuntos Exteriores durante la década final de la dictadura franquista, como si los recuerdos se le agolparan y precisara de externalizarlos cuanto antes. Para este primer jefe, de Oyarzábal solo tiene palabras de admiración: «fue un hombre que se volcó con la política exterior». Con todo, reconoce, «tenía muchas aristas, como buen vasco, pero era todo corazón”.
Prosigue narrando una anécdota que quedó grabada a fuego en su mente: una llamada telefónica accidentada con Franco. Accidentada porque el receptor debía ser Castiella, que no se encontraba por entonces en su despacho. De Oyarzábal era joven y sin mucha experiencia, pero contestó a sabiendas de quien se encontraba al otro lado de la línea. En un afán por conocer cómo se autodenominaba el jefe de gobierno, el inexperto diplomático insistió en sus preguntas. «Soy el caudillo» -respondió Franco, tres palabras que producirían en de Oyarzábal un consecuente shock traumático.
De ahí se siguen sus declaraciones más sinceras respecto de la época: «Como diplomáticos éramos unos bichos raros» . España no era un país calurosamente aceptado, pero todo el gobierno de Carlos Arias Navarro, junto a los liberales, trataron de “empujar las cosas hacia la Transición». Confiesa existía una ilusión latente por un inminente escenario más favorable.
En cuanto al caudillo, sus reflexiones no son menos pertinentes: «Franco tenía ideas militares que hacían difícil a su entorno entender su pensamiento y objetivos». Carmen Posadas en este punto sugiere la gran influencia de la esposa del dictador, una premisa que de Oyarzábal desmonta con soltura: «El papel de Doña Carmen no era tan decisivo». El diplomático no percibió que influyera en las decisiones de su marido. «Ella era más abierta a la sociedad y eso a Franco no le gustaba».
Gobernador civil
Mientras la charla se desarrolla fluida, un nuevo bloque temático se abre paso: la época en la que Antonio de Oyarzábal fue Gobernador Civil en Tenerife y en el País Vasco, respectivamente. «En Tenerife parece que se necesitaba un diplomático para solucionar el problema de descolonización que perduraba en África». Marcelino Oreja hacía entonces números viajes a la región como ministro de Asuntos Exteriores de Adolfo Suárez. “Abrazaba a todos los niños que se encontraba por la calle» -ríen todos.
Cuando el diplomático llegó a Guipúzcoa, «había un partido comunista que estaba ilegalizado». Eran los llamados años de plomo, entre 1978 y 1980, cuando la amenaza de ETA era más preocupante que nunca. Además, cuenta de Oyarzábal que por 1985 se produjo el accidente aéreo con más víctimas mortales de la historia. Fue el Vuelo 610 de Iberia y «cambió todo el ambiente político».
Respecto de ETA, de Oyarzábal narra que lo vivió en primera persona: «yo presencié 27 entierros». Hay silencios, un recuerdo amargo que lleva a nuestro protagonista a suspirar mientras concluye: «A veces se nos olvida…». Sin embargo, confiesa no haberse sentido nunca ni perseguido ni posible blanco: «Nunca llevé escolta”. En cambio, a Oyarzábal le envolvió la belleza del lugar y la amabilidad de la gente. «Había una ilusión política real de integrar al País Vasco en España”. Prosigue con una opinión que encaja muy bien con el desarrollo de la política antiterrorista de aquellos años: «Estuvimos muy cerca». Como diría el catedrático Rogelio Alonso: «Otro final era posible».
Cuando de Oyarzábal vuelve a Madrid con Adolfo Suárez al mando del Gobierno, los viajes diplomáticos se multiplicaron en número. Con estas escapadas-afirma-había intimidad para estrechar lazos, no con lo reyes, pero sí con Marcelino Oreja y Suárez. Además, a todos les impactaba el cariño con el que los recibían por el mundo. «Hablaban de que España había hecho una transición modélica».
Antonio de Oyarzábal. Instantánea: Paula Paín
Embajadas
En el 1981, de Oyarzábal llega a Quito justo cuando sale de Madrid en el 23F, una fecha que recordamos por el fatídico golpe de Estado de Tejero.
Todavía en España, el diplomático recuerda el rostro pálido del rey Juan Carlos: «Tenía una cara muy mala y estaba sin afeitar. Yo le dije que no estaba el día para despedidas». La reina Sofía estaba de luto, había muerto su madre días antes, Doña Federica de Hannover. Además, se sentía profundamente traicionada por el general Armada tras el golpe: «20 años traicionándonos» -reproduce de Oyarzábal.
Cuando se retoma la embajada en Quito, el diplomático cambia de tono. Funde su mirada con el horizonte al expresar su amor por esta ciudad: «Quito, un lugar delicioso para cualquiera…». Desafortunadamente, pasó solo dos años en la capital de Ecuador, un tiempo que-asegura-se le hizo muy corto.
Por el contrario, la embajada en Tokio trae consigo un registro más aventurero. El diplomático se refiere a ella como la Travesía del arenal, una temporada en la que pasó esperando a que los tiempos rolaran. Y vaya si lo hicieron…
En la capital de Japón, el diplomático descubrió la realidad de su profesión: «esa sensación de estar poniendo puentes entre dos mundos tan lejanos y tan desconocidos».
Las relaciones España-Tokio se enfocaron, curiosamente, en el comercio y venta de limones. Raimundo Pérez-Hernández, director de la fundación donde tiene lugar el encuentro, bromea: «experto en cítricos» -todos ríen.
Pero de Oyarzábal, que siempre profundiza en sus recuerdos, cuenta que en Japón había un miedo real a la mosca mediterránea y, como consecuencia, los limones tenían que pasar largas cuarentenas en los contenedores de los barcos por protocolo de seguridad. «Claro, luego salía el limón casi exprimido» -afirma jocoso el diplomático.
En este punto distendido, Carmen Posadas pide volver a escuchar su anécdota en casa del señor Honda, fundador de la multinacional de automóviles. De Oyarzábal se adentra mentalmente en el momento que vivió junto a sus compañeros diplomáticos: «la casa era un chalecito con un jardín y un charco» -todos sonríen ante la ironía-, donde unos señores preparaban manualmente unas bolas de arroz con un dulce dentro para ofrecérselas. «Tenías que comértelo mostrando agrado», pero confiesa que aquel tentempié se pegaba al paladar y era incluso difícil de tragar.
Con todo, de Oyarzábal tuvo la suerte de estar destinado en Tokyo cuando se celebraron los Juegos Olímpicos del 92, un evento que cambió radicalmente la imagen que había de España en Japón, junto a la célebre Expo de Sevilla.
Como Quito, la embajada en Copenhague reposa en su memoria como un sitio delicioso. «No tengo más que buenos recuerdos». Pero reconoce que en la capital de Dinamarca disminuyó notablemente la intensidad de vida diplomática que previamente experimentó en Japón. Al final, «éramos representantes españoles en un país ya integrado en Europa».
Sin duda, la propuesta de representar a España en Estados Unidos consta para Oyarzábal como uno de los momentos más especiales de su carrera. «Eso no lo piensas, directamente te vas allí». Era el tiempo de la segunda legislatura de Clinton, entre 1996-2000, cuando la polémica por el affaire del presidente con Monica Lewinsky estaba candente.
También eran los años de la Pax Americana. «No había nadie que le hiciera sombra a Estados Unidos». Había caído la URSS y China no existía: «era el gigante dormido». Entonces EE. UU. lidiaba con problemas de terrorismo: «Oriente Medio era preocupación permanente y había mucha tensión en los Balcanes». Pero de Oyarzábal insiste en que la Pax era más relevante que toda esa concatenación de hechos, sobre todo en lo económico. Hoy sabemos que el escenario internacional no ha cambiado demasiado.
Prosigue afirmando: «Parece mentira, pero había entonces un cierto desconocimiento de la política española». La distancia se le antojaba bastante grande: «Eran pocos los americanos que conocían España».
Como no podía ser de otra forma, a de Oyarzábal no le faltan las anécdotas. Esta vez sobre la voluntad de la señora Clinton de ver la puesta de sol en Granada y la visita de Estado de los Reyes de España a la Casa Blanca. Respecto de esta, cuenta el diplomático que hubo una gran cena y una cordialidad enorme. «El Rey Juan Carlos terminó la velada en una terraza con Clinton, al aire libre, charlando y fumándose un puro».
Cambios y continuidades en la Política Exterior
La charla va llegando a su fin. De Oyarzábal es preguntado por las rupturas y continuidades que augura para la Política Exterior como disciplina, no solo para la española. El diplomático responde que, si bien se han sucedido una serie de equipos que se han ido adaptando a los cambios venideros, la conexión del día a día, «ese factor personal o condición humana, la amistad o rebasar la mera relación burocrática» es todavía indispensable.
Aunque la sociedad siga cuestionando la validez de las embajadas, de Oyarzábal tiene claro que «nada sustituye al contacto humano», un valor que ha aumentado y que justifica plenamente la vigencia de la diplomacia. Esta reflexión cierra de manera circular esta hora de diálogo, pues recordemos que Carmen Posadas apeló al principio del coloquio al factor humano de Greene, un aspecto que supera el puramente burocrático y logra rematar la urdimbre de conocimiento y experiencias que es la diplomacia.
Sin duda, os animo a que escuchéis por vosotros mismos a Antonio de Oyarzábal Marchesi, un persona que, mucho más allá de su faceta profesional, se presenta como un ser humano entrañable. La suya es una historia de vida en toda regla y merece la pena que todos la conozcamos, al menos como agradecimiento a su dedicación por representar a España tan dignamente durante tantos años.