Ilustración crónica_Javier María González-Jurado
Hubo un momento en el que nada de esto parecía posible. Las imágenes de China se veían algo tan lejano, tan ficticio. Incluso cuando el virus afectaba de lleno a Italia pensábamos que tampoco era para tanto. Pero los días fueron avanzando, y la sociedad empezó a ser consciente de lo que verdaderamente suponía al COVID-19 “por las malas”. El pánico se generalizó: empezaron las crisis del papel higiénico, el desabastecimiento de mascarillas y los primeros grandes números de afectados: el coronavirus había llegado a España.
Los gobiernos, ante la gravedad del asunto empezaron a tomar medidas cada vez más estrictas: clausura de bares y establecimientos comerciales, cancelación de las clases… Hasta que llegó el momento menos deseado: el inicio del confinamiento preventivo, popularmente conocido como “cuarentena”. A todos se nos cayó el mundo encima ante tan inédita situación: por dos semanas (que después serían más de un mes) no podíamos salir de casa.
Y entre tanta frustración y abatimiento una noche pudimos percibir por nuestras ventanas un ruido desconocido, igual de inédito que la recién estrenada cuarentena. Aquella primera noche a las 22:00 al salir al alféizar nos recibió un mar de aplausos que, pese a nuestra ardua situación, no iban para nosotros, sino para los auténticos protagonistas de esta pandemia: nuestros ejemplares sanitarios.
Calle Alhakén II
En este contexto introducimos a nuestro gran protagonista: Alhakén II es una céntrica calle cordobesa en la que la mayoría de las casas están ocupadas por una población de avanzada edad: muchos negocios y alguna que otra joven familia entre parejas y parejas de jubilados. Aquella noche a las diez, Alhakén II cobró una vida nunca antes vista. Los fuertes y cariñosos aplausos se alternaban con vivas a España y a los profesionales sanitarios que encontraban respuesta por toda la calle. Un momento que, como poco, era capaz de “gallinizar” todas nuestras pieles.
Al día siguiente todos los medios se hicieron eco de este espontáneo y multitudinario gesto e invitaron a adelantar la hora del homenaje para que los más pequeños de las casas pudieran participar. Y Alhakén II no falló. A las 20:00 se produjo la segunda reunión vecinal en la historia de la calle y, de nuevo, la situación conmovió a todo el que allí estaba.
Ese día hubo algo que cambió con respecto al anterior. Sonó con un desorbitado volumen el himno de España, lo cual hizo que los vivas se contasen por docenas. Tras los aplausos y el himno, empezó a sonar Resistiré del Dúo Dinámico, lo cual despertó el ánimo de la anciana calle haciendo bailar y aplaudir al ritmo de la música a todos los vecinos. Después de este “himno contra la pandemia” sonaron varias canciones: había comenzado, sin ser conscientes de ello, una apasionante rutina. Cada tarde a las ocho, se repetía la misma historia: aplausos, himno de España, vivas por doquier, varias canciones y vuelta a casa.
Sin esperarlo, una tarde, cuando dejó de sonar el himno por aquel potente altavoz, sonó una voz: “eh… ¿Se me oye?”. Y la calle recibió esta escueta pregunta como padres que escuchan las primeras palabras de su bebé. “Bueno… ¿Queréis que ponga alguna canción más?”. La calle que hasta ahora se comunicaba mediante vivas y aplausos había tomado voz: “¡Resistiré!”, “¡Sobreviviré!”, “¡alguna de Disney!” empezaron a sugerir distintas voces perdidas entre Alhakén II. Y la desconocida voz al mando del altavoz obedecía y nos hacía la cuarentena un poco más feliz.
Álvaro: el protagonista
Aquella voz se llamaba Álvaro. Y supuso un cambio para la longeva calle, que cada tarde a las ocho le esperaba sin falta para ver qué nos tenía preparado. Creí necesario ponerme en contacto con él, y lo hice de la forma más rudimentaria: gritando por la ventana.
Álvaro me confesó que antes de que empezase la cuarentena, cuando volvía de Sevilla, ciudad en la que estudia, se planteó, mirando en redes sociales, por qué no imitar la alegría con la que los italianos salían a los balcones a tocar algún instrumento. “Durante todo el camino de vuelta en coche le fui danto vueltas a la idea de hacer algo parecido, teniendo en cuanta que, aunque me encantaría, no sé tocar ningún instrumento”, me confiesa Álvaro.
“Cuando llegué a casa me di cuenta de que tenía un micro y un altavoz. Con eso y la soltura de haber participado en musicales y el club de teatro de mi colegio me bastaba y me sobraba”. El primer día me cuenta que estaba muy nervioso porque su relación con la calle no iba más allá de algún ligero “hola” en encuentros fortuitos. Como todo salió bien aquella primera vez que cogió el micrófono “una cosa llevó a la otra” y junto con las canciones cada tarde inventaba un plan nuevo.
Cuando le pregunto qué se lleva de todo esto, él no lo duda: “lo que me llevo es la satisfacción de saber que estoy haciendo cuanto está en mi mano para ayudar a que mejoren los ánimos ante el panorama que tenemos”. Me dice que su “premio es ver que cuando termina el aplauso los vecinos se quedan a pasarlo bien, aunque el tiempo no acompañe” y que cada día no piensa en él, sino en “todos esos niños que no pueden salir a la calle o las personas mayores que viven solas o están enfermas”.
Cuando termina con su característico “muchas gracias, que descanséis, que aproveche la cena y nos vemos mañana” lo hace “agradecido de que me hayáis escuchado y contento pensando en el repertorio de canciones para el día siguiente”.
Ilustración Javier María González-Jurado
Juegos, cervezas, oraciones…
Álvaro traía cada día una variedad de cosas que hacer. Lo mismo nos pedía que nos presentásemos y contásemos a la calle a qué nos dedicábamos (Alhakén II es una calle de periodistas, médicos y jubilados), que preparásemos quince números del uno al noventa para jugar al bingo al día siguiente. Esto, en una calle como Alhakén II donde muchas personas viven solas, se ha agradecido mucho.
Un domingo propuso que todos los vecinos saliesen a la una y media a tomarse unas cervezas, desde casa, pero juntos, tradición que se sigue repitiendo según escribo esta crónica. Una vez jugamos al veo-veo, otra toda la calle se puso de acuerdo en aplaudir al mediodía a la frutera de la esquina, Mari Carmen, la cual pese al COVID-19 no ha dejado de prestar su servicio, con todo lo que ello supone.
Además de esto, se han cantado innumerables cumpleaños feliz, algunos vecinos han contado por qué son famosos sus pueblos e incluso hemos rezado todos juntos para que esto termine lo antes posible. Por supuesto también se han puesto innumerables canciones: aparte de los ya mencionados Resistiré o Sobreviviré otros grandes temas como Que me coma el tigre de Lola Flores, el La, la la de Massiel o la archiconocida Tusa han amenizado la cuarentena. Variedad musical no falta en la calle Alhakén II.
Semana Santa: lo mismo, pero diferente
Junto a su pasión por la música y el fiesteo, a Álvaro le apasiona la Semana Santa, cosa que dejó clara desde el primer momento. Había avisado de que algo iba a cambiar durante esa semana, pero no especificó el qué. Fue llegar el Viernes de Pasión y el himno de España al que tan acostumbrados nos tenía cambió su versión militar por la versión que las bandas tocan cuando los pasos salen de las iglesias, y las canciones, cambiaron por marchas.
Pero lo que no ha cambiado ni cambiará es la ilusión con la que los vecinos de Alhakén II esperamos a Álvaro, la alegría que nos hace sentir en momentos tan difíciles y ese brillo en los ojos de las personas que más agradecen este gesto. Gracias a Álvaro y a todos los vecinos Alhakén II se ha convertido, como cada tarde a las 20:00, en una memorable fiesta.