Las redes sociales son un mundo paralelo en el cual sabemos de todo y al mismo tiempo no nos enteramos de nada. Opinamos, pero no investigamos, estamos en la constante búsqueda de información ajena y se ha convertido en una tremenda adicción, como si recogiéramos migajas de pan para llegar a algún camino, en este caso, para saber lo que el otro hace, con quién se junta y demás información que constantemente proporcionamos en nuestras redes sociales.
Una cultura Stalker se podría decir. Esta palabra solía aplicarla sin ningún escrúpulo, en cualquier momento y a cualquier tipo de interés por querer saber de la vida del otro. Pero esto cambió cuando conocí a un verdadero Stalker, y no solo uno, sino varios a través de testimonios de amigos. Entendí que algo tan lejano, como lo que uno ve en las películas, en realidad es un comportamiento cotidiano, y es fomentado por el anonimato.
El anonimato, el cual siempre había considerado como un bello escudo para las personas tímidas, una herramienta para promover la libre expresión, derecho protegido por la constitución en su artículo 20, en realidad está siendo utilizado para controlar, intimidar e incrementar el discurso del odio. Sin dejar rastro, ni responsabilidad, así de fácil se fomenta la cobardía hoy en día. Un usuario sin contenido, sin información, y compuesto por una combinación de letras y números sin sentido, el cual, a los pocos días de dejar su granito de arena, abandona, dejando su perfil como user not found. Esto para poder pasar a crear su siguiente plataforma, pero ¿cuál es el límite? Tres cuentas, cinco tal vez, ¿qué tal veinte?
Por las historias que he podido contrastar, encontramos dos tipos de personas que desarrollan este tipo de comportamiento, la primera es un personaje completamente ajeno y desconocido, interactúa a través de los mensajes de odio y acoso, o peor, se apropia de contenido personal para robar su identidad y hablar a través de su imagen y buen nombre. El segundo, en mi opinión es el más peligroso... un conocido, alguien cercano y con acceso a cierta información personal con la cual busca manipular. Este comportamiento se justifica por la tentación a querer controlar a los demás dentro de nuestras relaciones interpersonales, pero el no poder identificar a la persona produce una sensación de paranoia y desconfianza a la cual no se le puede adjudicar responsabilidad directa a nadie.
Las redes sociales están diseñadas para informar, entretener, interactuar y desarrollar la libre expresión. Cada uno de nosotros somos usuarios activos de todas las herramientas que estas plataformas nos proporcionan, desde la geolocalización, hasta las historias en vivo. Cada actualización permite una mayor transparencia de sus usuarios, pero se tiene que desarrollar una
inteligencia emocional para poder interactuar y consumir de manera correcta el contenido que los demás suben en sus medios digitales, ya sea de uso personal, profesional o comercial. Tenemos un nombre y una imagen por alguna razón, si estás actuando bajo un perfil falso es porque te avergüenza y reconoces que tu comportamiento está siendo indebido. Y es muy fácil cruzar esa línea entre el bien y el mal, ya que las herramientas todos las tenemos a nuestra disposición, es cuestión del uso que se les quiera dar.