jueves. 21.11.2024

Mar Muñoz

Estos meses de confinamiento me han dado mucho que pensar. He pensado en qué habría pasado si se hubiesen tomado medidas con antelación, he pensado en aquellas personas capaces de tomar como suyos los discursos extremistas y racistas, he pensado en aquellos que se han quedado sin empleo y sin medios para subsistir, he pensado en los muertos, enfermeros y médicos tan maltratados en el mundo, he pensado en lo absurdo de los reproches políticos y sus malas medidas y, he pensado en todos aquellos compañeros de clase, amigos, familia, refugiados, personas sin techo y minorías.

Antes de entrar en la famosa “Fase 2” en España, yo me indigno al pensar que vamos a volver a la “normalidad”, ¿de verdad queremos volver a la normalidad? Sí, a esa normalidad que nos ha llevado a esta pandemia y crisis humanitaria mundial, esa en la que se privilegian unas vidas frente a otras, esa en la que la esclavitud capitalista e ideológica nos reconforta… ¿tanto la añoramos?

La COVID-19 nos ha enseñado mucho sobre el amor, la amistad, el calor y color humano y sobre la importancia de ser solidarios, de permanecer unidos. Sin embargo, ante mis ojos he podido observar cómo ha perdido una oportunidad perfecta para poder ser un único mundo unido. Un mundo en el que lo que pase en Irak nos importe, afecte y nos mueva tanto como lo que tiene lugar en la plaza de debajo de casa.

Hemos tenido una preciosa oportunidad para poder escuchar todas esas voces a las que nunca se les ha dado importancia. Esas voces, no occidentales, que nos podrían haber hecho entender la simpleza de la vida y lo innecesario de vivir en un sistema con una economía justa en la que no se tenga que explotar a los países del sur para abastecer a los del norte. Entender el mundo de forma horizontal, eliminando toda interferencia vertical de poder.

Y es que me confieso amante de la vida y el mundo, pero no de su destructiva y desestructurada configuración. Sueño despierta al ver este gran cielo celeste con tonalidades blancas que me deja navegar a otros rincones del mundo, me transporto a Gaza, Taza e Idlib contemplo toda esa belleza no dicha y todos los abusos de poder ejercidos tan injustamente, y es que, este bello cielo tan amplio y libre muchas veces se me presenta como la cárcel más grande del mundo.

La cárcel más grande del mundo