Hay algo místico y sobrenatural en todo esto, empezando por las figuras que contemplé el sábado. Caminaban rápidas, como las hormigas locas que abandonan el hoyo en verano para lanzarse a la exploración del mundo. A diferencia de las primeras, estas pequeñas y diligentes criaturas se arriesgan a ser pisoteadas por cualquier zapato de turno en pos de la comunidad.Loshumanos,siesquetodavíatenemoselmorrodeconsiderarnostalcosa, preferimos inundar las calles y regarlas de gérmenes. Esto, si me lo permite, se me antoja poco humano.
Luego también hay hormigas malvadas, mezquinas y crueles. Como la que me picó ayer. Entonces yo practicaba a duras penas estiramientos para la espalda en mi terraza, porque los jóvenes también sufrimos de dolencias físicas, en una esterilla gris acolchada que se adhería al suelo de losetas de terracota. Mi brazo izquierdo osó rebasar las fronteras de la plataforma espumosa cuando sentí el pinchazo. Ahí estaba la buscavidas: encaramada a mi antebrazo.
Lo que pasa hoy tampoco es muy diferente. Ya lo dice el refrán: “La primavera, la sangre altera”. Pero algunos están demasiado alterados. Tanto que el calor parece haber borrado de sus mentes el significado de la “responsabilidad social”. Y así se lanzan a los brazos de auténticos desconocidos para ejecutar el mordisco. Siendo conscientes. Adrede.
En el caso de mi amiga la hormiga, no necesito cuestionar lo que hizo. Lo doy por natural. Es más, me arrepiento de haberla tachado de cruel y malvada porque ni siquiera estoy ya enfadada con ella. Muy disgustada estoy, en cambio, con nosotros: contigo y conmigo, por haber salido del agujero a destiempo, por haber aplaudido en vano a nuestras hormigas reinas, que son los sanitarios, y por seguir remando en dirección contraria al bien común. No puedo perdonarnos.
Hayalgo místicoy sobrenaturalentodoesto:haberdescubiertoquelashormigassonmás solidarias que los seres humanos.