Hace poco leía una noticia acerca de las distracciones que tenemos los jóvenes en Internet, y cuando digo Internet hablo de redes sociales, y todo lo que pueda conllevar estar delante de una pantalla iluminada durante más tiempo del que nos gustaría. Resulta paradójico que, escribiendo una columna sobre esto, sea yo precisamente la que tenga un móvil a dos palmos de mí.
Cierto es que el teléfono móvil es una de las herramientas más útiles que podemos tener, y más ahora mismo. En plena pandemia mundial estamos viendo lo necesario que puede llegar a ser. Estamos lejos de tanta gente a la que queremos y no podemos ver, y las videollamadas nos mantienen más unidos que nunca. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos preguntado cómo estaríamos llevando la situación sin tener un móvil?
Por otro lado, las horas de enganche se triplican, sobre todo si tenemos en cuenta que ahora todos nuestros hobbies y relaciones sociales se ciñen a los metros cuadrados del piso o casa (para los más afortunados) donde vivamos. Ahora buscamos todo eso que nos falta fuera, y cuando digo fuera, es en la pantalla de nuestro smartphone, donde las cifras de horas que dedicamos a estar conectados dan miedo. Suena a tópico, pero el móvil es un arma de doble filo, nos acerca a los que tenemos lejos, al mismo tiempo que nos aleja de los que tenemos cerca. ¿Y las personas con las que convivimos? También podemos sacar tiempo para compartir con ellos y hacer que los días cuenten, no pasen.
Algunos psicólogos se refieren con el término ‘mente errabunda’ a ese fenómeno que consiste en no tener el pensamiento en lo que se está haciendo y creo que hoy en día, a casi todos nos ocurre esto. Estamos en todo lo que vemos a través de la pantalla menos en lo que vivimos nosotros mismos, en primera persona.
“Algunos psicólogos se refieren con el término <<mente errabunda>> a ese fenómeno que consiste en no tener el pensamiento en lo que se está haciendo”
La realidad es que esta distracción ya no es solo cosa de jóvenes, aunque seamos nosotros los que hemos crecido en plena era digital. La falta de atención y concentración está a la orden del día y los smartphones son los grandes responsables de ello. Tenemos tantas aplicaciones que reclaman nuestro interés y atención que saltamos de una cosa a otra sin llegar a mantener el foco en sólo una. Además, nos faltan horas en el día para atender cada una de esas necesidades digitales. Nos faltan, y a la vez nos sobran, porque si dejáramos por un día esta dependencia nos encontraríamos con más tiempo libre del que podemos imaginar. Y sí, digo dependencia porque ya existen terapias y tratamientos para superar la adicción al móvil, igual que una persona que es drogodependiente. Parece que el tema es más serio de lo que imaginábamos en un primer momento.
Por otro lado, el miedo a perderse algo existe, siempre ha existido (FOMO; Fear of Missing Out), pero parece que hoy queremos estar más pendientes que nunca de la vida de los demás, sin llegar a ser totalmente conscientes de que lo que ahí se muestra nos está impidiendo disfrutar al 100% de lo que estamos haciendo, porque al mismo tiempo sabemos que nos estamos perdiendo algo. Es entonces cuando nos metemos en una espiral de la que cuesta salir.
Miramos el móvil porque buscamos una gratificación, y el mero hecho de poder tenerlo todo ya hace que, además de que sea difícil concentrarnos, no recordemos nada. Tenemos una ventana al mundo cuando y como queramos, Internet es ahora una extensión de nuestra memoria, y eso, a mi parecer, nos está volviendo tontos.
Debemos poder permitirnos el lujo de sentirnos ignorantes, de no saberlo todo y de no estar siempre disponibles por y para todo el mundo sólo por tener un aparato en nuestro bolsillo que nos obligue a ello.
“Miramos el móvil porque buscamos una gratificación y el mero hecho de poder tenerlo todo ya hace que, además de que sea difícil concentrarnos, no recordemos nada”