La matanza de Atocha de 1977
La noche del 24 de enero de 1977, tres pistoleros de extrema derecha asaltaron un despacho de abogados laboralistas situado en el número 55 de la calle Atocha (Madrid). El incidente, que se saldará con 5 muertos y 4 heridos graves, marcó un punto de inflexión en el proceso de transición hacia la democracia de España. El bufete, vinculado a Comisiones Obreras y el Partido Comunista – entonces, clandestinos –, trabajaba por que se cumpliesen los derechos de los trabajadores. Aquella noche, se celebraba el éxito de la huelga general del transporte que acababa de concluir con resultados muy positivos. Los presuntos asesinos –José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá y Fernando Lerdo de Tejada – eran militantes de Fuerza Nueva, fundado en 1976, con el objeto de mantener vivos los principios de la dictadura durante la Transición. El atentado se enmarca dentro del terrorismo tardofranquista de finales de los setenta, cuyo propósito era la subversión del proceso democrático y la mantención las estructuras políticas del Franquismo. Sin embargo, la matanza causó tal conmoción en el país, que llevo a un prolongado cese de la violencia fascista, que terminará en las semanas previas al 23F. El entierro de los abogados fue multitudinario, y en él, ‘‘el silencio dolía más que los disparos’’ y ‘‘los claveles fluían como un manto de sangre’’. A las pocas semanas del suceso, el Partido Comunista será legalizado y, en cinco meses, las primeras elecciones democráticas tendrán lugar.
El entierro de los abogados de Atocha. Fuente: Alejandro Ruiz-Huerta.
Decía Carlos Ruiz-Zafón que ‘‘todos tenemos un secreto bajo llave guardado en el ático del alma’’; sin embargo, la Historia de España tiene tantos, que es imposible fijar una cifra determinada. Quizás, por ello, la memoria histórica es un tema que siempre será actual, polémico, y, ante todo, incómodo. Hace un par de días, recibí una llamada de un número desconocido que, en solo unos segundos, dibujó una sonrisa en mi cara. Al descolgar el teléfono, oigo una voz rasposa, pero muy amable, que me agradece una carta; me cita el día de hoy; y me pide que no le vuelva a hablar de usted. Es, sin duda, la voz Alejandro Ruiz-Huerta, que me concede una entrevista, y me da la oportunidad de escribir sobre uno de los episodios más oscuros de la Transición, en pleno auge de la extrema derecha y a pocos meses del 45º aniversario de la muerte de Franco.
Antiguo abogado laboralista, profesor de Derecho en la Universidad de Córdoba, y actual director de la fundación abogados de Atocha, Alejandro Ruiz-Huerta es, ante todo, una institución viva de la Historia de España. Trabajó por la democracia y la justicia social desde mucho antes de la muerte de Franco. En 1973, trabajó en varios despachos de abogados en diversos barrios periféricos, entre ellos Vallekas – con K–, al que le guarda un especial cariño. Un año después, entrará en uno de los despachos laboralistas más conocido de España, en el número 55 de la calle Atocha de Madrid, junto con otros abogados, entre ellos, Manuela Carmena.
Asesinato frustrado de la Matanza de Atocha de 1977. Sus cuatro cicatrices de balas demuestran que vivió en sus propias carnes uno de los episodios más crudos de la violencia franquista durante la Transición. Hoy, es el único testimonio del atentado que queda vivo. Aunque el miedo le llevó a abandonar Madrid, tras el atentado, su lucha no paró. Trabajó durante un tiempo en el Ministerio de Trabajo y en el Congreso de los Diputados. Ahora, se dedica a la docencia universitaria y a escribir sobre su experiencia en Atocha, la importancia de mantener viva la memoria histórica, y los puntos débiles de la Transición.
Físicamente, Alejandro es alto y delgado, y tiene una expresión me resulta bastante familiar. Me recibe amablemente con dos besos y me lleva al salón de la vivienda. El espacio es muy amplio y hay un enorme ventanal que recoge toda luz que el sol cordobés regala esta tarde. En el centro de la habitación, hay una mesa con dos vasos y una jarra de agua. Lo primero que hago es darle las gracias por acogerme hoy allí. Me mira y me dice que quien me tiene que dar las gracias es el a mí, por querer dar voz a Atocha.
–A (Alejandro): ‘‘Desde hace 30 años, desde el décimo aniversario, he dado innumerables charlas sobre el atentado y la memoria histórica en España, porque me lo han pedido y porque, sobre todo, yo he insistido. Aunque recordarlo siempre es un trauma para mi, más ahora que me he quedado solo, considero que es algo muy importante.’’
–Gracia (G): Y tanto que lo es. He observado que, entre la gente de mi generación, el atentado cada vez se conoce menos y menos…
–A: ‘‘Bueno, en realidad, los primeros diez años fueron los más duros, pero, luego, las cosas cambiaron. Cuando se cumplió el 40 aniversario, nosotros teníamos la sensación de que se había extendido bastante la historia. De hecho, por aquel entonces, saqué la tercera edición de mi libro: La Memoria Incomoda. Además, últimamente, se están realizando muchos documentales, obras de teatro y libros relacionados’’.
‘‘En este país ha habido una voluntad manifiesta de normalizar y silenciar toda esa violencia política que ocurrió durante la Transición, ya sea de derechas o de izquierdas’
–G: Entonces, ¿estoy equivocada?, ¿antes se conocía menos sobre el atentado que hoy en día?
–A: Asienta con la cabeza. ‘‘Sí, el atentado se ha ido conociendo cada vez más. En este país ha habido una voluntad manifiesta de normalizar y silenciar toda esa violencia política que ocurrió durante la Transición, ya sea de derechas o de izquierdas. Durante los primeros años después del atentado, cuando se hablaba de eso era muy difícil que se abrieran círculos de debate y de intervención. No interesaba que se contase nada’’.
Portada de El País (25.01.1977).
Fuente: Gracia Sumariva Reyes
–G: En La Memoria incómoda, hablas del enorme déficit de memoria histórica que ha existido y que existe en España, y de cómo este fenómeno también se ha dado al construir la historia de la Transición española ¿Cuál crees que fue el factor clave para que esto ocurriera?
–A: ‘‘Cuando Felipe González gana las elecciones, no le interesaba decir que España se podía seguir considerando un país tercermundista, a pesar de que la seguridad en las calles aun no estaba provista y de que se cometían asesinatos en todos lados. En aquel entonces, nuestra situación era muy parecida a la de Centroamérica. A esto se une el hecho de que, en el 86, González protagoniza la entrada de España en Europa y, ahí, sí que no convenía que se reconociesen todos los muertos que hubo durante la Transición. Te cuento esto desde mi experiencia personal, porque yo trabajé con Felipe González en el Congreso de los Diputados aquellos años. Entonces, claro, noté como estaban las cosas. De verdad, años primeros años había una voluntad de olvido tremenda.’’
–G: ‘‘¿Crees que, además, en el caso concreto del atentado de Atocha, el atentado fue silenciado durante esos primeros años debido a la vinculación de los presuntos asesinos con la ultraderecha?’’
–A: ‘‘¡¡Claro!! La derecha estaba detrás de las fuerzas del orden público. Durante los meses previos al atentado hubo una sucesión de actos de barbarie y terror, protagonizados por gente joven de Fuerza Nueva, la Guardia de Franco y los famosos Guerrilleros de Cristo-Rey. En todas las manifestaciones andaban a palos con la gente. No obstante, estas actuaciones estaban, de cierto modo, legitimadas porque en el año 38, en plena Guerra ‘‘Incivil’’ – como Alejandro la llama, ya que, para él, fue una matanza indiscriminada que no discernió de ideologías –, se firma un decreto a favor de que las vanguardias políticas de FET y JONS pudieran colaborar con la policía siempre que estos les llamasen. Una legitimación que se hizo en la guerra, y que cuarenta años después seguía ahí. De hecho, los asesinos de Atocha estaban metidos en todo este tinglado. Como se aceptaba legalmente que ayudasen a la policía, estaban seguros y no tenían ningún problema en hacer lo que quisieran y hacer las cosas bien o mal’’.
‘‘El monumento de El abrazo, realizado por Juan Genovés, es muy especial porque representa lo que nosotros fuimos: trabajadores por la libertad y la democracia de y para toda la ciudadanía española. Eso se simboliza en el abrazo que es un elemento de concordia, de encuentro y de respeto’’
–G: ¿Qué significado tiene la calle Atocha para la democracia española actual?
–A: ‘‘Hombre, yo creo que, sin duda, es uno de los lugares más importantes de memoria histórica de España y, desde luego, un monumento de la democracia española. – En ese momento, una ligera sonrisa, algo nostálgica, se dibuja en la cara de Alejandro– El pueblo de Madrid, en 2001, promovió la creación de un monumento a la lucha por la libertad y los abogados de Atocha en la plazuela Antón Martín. El monumento de El abrazo, realizado por Juan Genovés, es muy especial porque representa lo que nosotros fuimos: trabajadores por la libertad y la democracia de y para toda la ciudadanía española. Eso se simboliza en el abrazo que es un elemento de concordia, de encuentro y de respeto. En Atocha están las bases del consenso, que unos años después servirá para hacer la Constitución Española que aún está vigente. A pesar de lo que pasó no estamos dispuestos a la revancha ni a la violencia, sino todo lo contraria, estamos dispuestos a trabajar por la paz y la democracia para todos, incluidos nuestros asesinos. Esta concepción de la democracia no tiene nada que ver con aquella que quería establecerse desde el Franquismo, que era una democracia orgánica y falsa, donde los ciudadanos no tenían ni voz, ni voto’’.
Monumento El Abrazo (Madrid). Fuente- Wikimedia (Common Rights)
–G: ¿Cómo describirías lo que pasó en Atocha en enero de 1977?
–A: Suspira. ‘‘Bueno, el atentado fue un acto bestial y muy burro. Muchas veces, cuando me han preguntado que a qué se parece, yo siempre he pensado que fue como Los fusilamientos del tres de mayo de Goya; estábamos los nueve apiñados en una esquina del despacho y se liaron a tiros con nosotros’’.
–G: Como bien lo comentaste antes, para ti siempre es un trauma recordar el atentado, pero ¿qué paso exactamente aquella noche?, ¿cómo la viviste?’’
–A: Suspira y toma una respiración muy profunda. ‘‘Aquella noche había terminado la huelga del transporte y el despacho estaba con las puertas abiertas, lleno de gente. Cuando acabó el debate, el piso se vació y nos quedamos solo unos cuantos, porque esa noche, además, íbamos a celebrar una reunión de los abogados de barrios del Partido Comunista. Estábamos charlando en el hall del despacho, esperando a que unos cuantos más llegaran. De repente, llaman a la puerta. Entonces, entran tres individuos. El primero lleva un anorak que le tapa hasta la cabeza, y solo se le ve el rostro; el segundo va con la cara al descubierto y bailándole una pistola en las manos; y el tercero, que no llegamos a ver del todo, se queda en la entrada para vigilar y facilitar la huida. Nos obligan a ponernos en un medio circulo y empiezan a preguntar por Joaquín Navarro, ‘‘el andaluz de las pecas’’, el líder de Comisiones Obreras. Javier Sauquillo, que morirá, le contesta que no está. Ellos tendrían que saberlo, porque, como supe posteriormente, entraron en el edificio durante el debate y esperaron en la planta superior a la del despacho. Desde allí, se podía ver perfectamente quién entraba y quién salía. Venían con la intención de matarnos. El del anorak comenzó a registrar el piso. A los pocos minutos, trajo consigo a Serafín Holgado, que era un estudiante de Derecho que aún no había terminado la carrera; y a Ángel Rodríguez Leal, que, aunque no pertenecía a la reunión, había ido al despacho a recoger un ejemplar de Un mundo obrero, el diario del PCE. Tiran, entonces, a nuestros compañeros junto a todos nosotros. Jamás olvidaré la cara horror de Ángel al levantarse, justo antes de su muerte, que reconoció a quien le iba a matar en segundos. Fue esa mirada y se liaron a tiros a lo bestia’’.
‘‘Hubo dos momentos de disparos. El primero, un tiro a todos y cada uno de nosotros. Quedamos por los suelos. Una vez que estamos en el suelo, vuelven a disparar’’
Alejandro suspira y toma aire. Sus ojos chillan que no es fácil contar un evento tan traumático como este.
‘‘Hubo dos momentos de disparos. El primero, un tiro a todos y cada uno de nosotros. Quedamos por los suelos. Una vez que estamos en el suelo, vuelven a disparar. Yo tuve mucha suerte. En el primer impacto, a mi me da una bala en el bolígrafo que llevaba en la camisa. La bala abre un boquete aquí – se toca el pecho –, pero solo toca hueso y no profundiza nada. El impacto me tira al suelo. Cuando caigo, cae encima de mí el cuerpo de Enrique Valdemira, muerto, y este me va a tapar las parte más débiles y vulnerables. De hecho, me deja al aire solo la pierna derecha donde recibo otros cuatro impactos de bala. Uno en la nalga derecha, que me atraviesa, al lado de la cabeza del fémur; y, luego, otros tres en la rodilla. Tengo todavía las cicatrices de esos 4 impactos’’.
Vuelve a suspirar y bebe algo de agua. No llega a derrumbarse en ningún momento, pero le hace falta tiempo y para contar.
‘‘A partir de ahí, me hago el muerto. Hay un silencio muy grande, que se rompe porque mis compañeros, los que quedaban vivos, se levantan. En ese momento, se estaba muriendo más de uno, y de dos. Van a la calle a pedir socorro. De repente, llaman a la puerta. Me arrastro por el suelo para abrir la puerta. Tenía la pierna muerta y no podía levantarme. Dejé un reguero de sangre espantoso. Abro la puerta y era Luis, que venía a la reunión, y que tuvo la suerte de no llegar. Al verle, no puedo evitar decirle ‘‘nos han tirado una bomba’’. Estaba en shock y la atmósfera que se había creado en el despacho con los más de cerca de 30 disparos que hubo, pues a mi me pareció que fue una bomba. Al rato, llegaron policías, ambulancias, barrenderos; y fueron retirando a mis compañeros poco a poco. Unos muertos; otros, muriendo. Fui el último en salir, para empezar a sobrevivir’’.
‘‘Miedo… miedo he tenido siempre desde entonces y lo sigo teniendo. El haber estado al borde de la muerte y haberla visto en la cara de mis compañeros es como un destello que como olas vuelve a mi vida una y otra vez’’
–G: No puedo imaginar lo duro que debe ser eso. Discúlpame si la pregunta es muy personal, pero, tras el atentado, ¿vistes cambios en tus ideales políticos?, ¿empezaste a tener miedo por seguir trabajando por la democracia?
‘‘Sí y no. Miedo… miedo he tenido siempre desde entonces y lo sigo teniendo. El haber estado al borde de la muerte y haberla visto en la cara de mis compañeros es como un destello que como olas vuelve a mi vida una y otra vez. Por un lado, en 1980, abandoné el PC, junto con otros renovadores, encabezados por Cristina Almeida, íntima y muy querida amiga mía. Por otro lado, yo me he mantenido y siempre me mantendré con mi discurso de izquierda democrática. Ahora que me he quedado solo, yo sigo con la lucha de que se mantenga viva la memoria de Atocha y nuestra lucha por la democracia. También, he de decir que fueron cambiado mucho las cosas con el paso de los años. Ese entusiasmo enorme que teníamos en los inicios se fue difuminando a medida que veíamos lo difícil y arriesgado que es construir una democracia en este país’’.
Los nueve. Fuente: Alejandro Ruiz-Huerta
–G: Bueno, el atentado de Atocha fue un momento muy duro de tu carrera, pero seguro que también estuvo plagada de muchos buenos momentos. ¿Puedes contarme alguna anécdota?
–A: ‘‘Los abogados éramos laboralistas porque éramos expertos en derecho laboral. Pero, en realidad, trabajamos cualquier faceta del derecho, siempre y cuando fuera planteada por los trabajadores, nuestros clientes. Derecho fiscal, derecho asociado e incluso derecho matrimonial. En Vallekas, a mi me llegaron incluso casos de matrimonios obreros que querían romper y yo los convencí para que no lo hicieran. – Se ríe. – Me acuerdo perfectamente de esa historia’’.
De repente, hay un brillo en sus ojos y, sonríe.
‘‘Te contaré algo mejor que me acabo de acordar. Un día estábamos trabajando en el despacho de Atocha, que por aquel entonces estaba en el número 49. Dijimos: ‘’siguiente’’ y de repente entró una empresa entera. Menos mal, que era un despacho muy grande, el de Atocha 49. Nos recuerdo a Manuela Carmena y a mi mismo, metidos en el balcón para atender a los clientes, porque no cabíamos. Eran… no sé, doscientas y pico personas las que entraron. Habían despedido a toda la plantilla porque había ocupado la fábrica durante 6 meses, porque no les pagaban el salario.’’.
–G: Y, bueno, ¿cuáles son los orígenes de una vida tan devota a la lucha por la justicia?
–A: ‘‘Yo vengo de la Rioja, aunque soy un ‘‘mil leches’’ como se suele decir. Crecí en una familia burguesa y normal madrileña y recibí una educación jesuítica durante muchos años, 12 o 14. Y esto es secreto, aunque no me importa que me grabes, – baja el tono y se ríe – ¡me metí a jesuita durante un año y medio! Y de ahí, por el camino del marxismo, me vinculé a la izquierda clandestina del partido comunista, y así, pasó lo que pasó en Atocha en 1977’’.
‘‘Lo que había allí te entraba en los ojos. No necesitabas saber nada sobre la ideología marxista para ver que había una realidad que tiraba del corazón y que había que cambiar’’
–G: Y, ¿cómo pasa alguien de estar en un noviciado jesuita a la adherirse a la izquierda clandestina?
–A: ‘‘Estando en la Compañía de Jesús, me quise ir de misionero con los indios aguarunas del Amazonas del Perú. Cuando terminé el noviciado, fui al Padre Maestro de Novicio a decirle que quería hacer los votos e irme de misionero. Su respuesta fue: ‘‘pero que dices Alejando, si yo creo que te tienes que replantear si este es tu sitio’’. Nos metimos en un proceso interpersonal, para saber dónde estaba yo, y si realmente esto era lo mío. Nos fuimos dando cuenta de que no. Me salí en abril del 1966 y un poco más tarde entré en ICADE Madrid, para hacer la doble de derecho y ADE. Llega el año 68 y ocurre la Revuelta Parisina, un cambio muy importante en la estructura y en el modo de pensar de la juventud en Europa, y, sobre todo, en los universitarios; una revuelta muy fuerte contra el orden establecido. A partir de ahí, me fui acercando por las organizaciones que luchaban por la libertad en España. En aquellos momentos, en España no había libertad, nadie podía pensar por libre. Empiezas a hablar. En 1969, tuve contacto con el Partido Socialista Popular y esta vinculación ya me puso en contacto directo con la oposición democrática del Franquismo. Además, creo que también tuvo mucho que ver que, en el año 64, estuve colaborando en estos barrios de extrarradio de Madrid, que, entonces, eran un enorme cinturón de chabolas. Me moví mucho por ese ambiente. Lo que había allí te entraba en los ojos. No necesitabas saber nada sobre la ideología marxista para ver que había una realidad que tiraba del corazón y que había que cambiar.’’
Por el ventanal, comienzan a entrar los primeros malvas del atardecer. La jarra está vacía y es hora de marchar, tanto para mi como para Alejandro, que se pone su largo abrigo negro y su sombrero tipo bowler. Salimos del piso y comenzamos a caminar. Me pregunta si canto. ‘‘No. Tengo una voz bastante ronca y mi oído musical es nulo’’, contesto. ‘‘Bueno, que más da, en el coro Maimónides hay sitio para todos. ¡Vente!’’. Alejandro Ruiz-Huerta, con 73 años, cuatro tiros en el cuerpo y miles de sueños rotos, es historia, es lucha y es música. A pesar de todo, está lleno de ganas y guarda un enorme gusto con la vida. A medida que se distancia de mi, caigo en que guarda un cierto parecido físico con Unamuno y, al igual que don Miguel, que ‘‘los poderosos podrán vencer, pero no convencer’’ al pueblo.