Hace unas semanas, Dani Carvajal, lateral del Real Madrid, fue diagnosticado de pericarditis, una inflamación de la capa que cubre el corazón llamada pericardio que le mantendrá de baja y le impedirá realizar cualquier tipo de ejercicio, incluidos los entrenamientos en los próximos meses. Esta enfermedad, producida principalmente por una infección de las vías respiratorias, puede acabar en tan solo un susto si el delantero toma las medidas necesarias para su recuperación, pudiendo volver al terreno de juego.
Sin embargo, si miramos atrás, podemos ver como éste no es el primer caso de una enfermedad cardiaca en el ámbito del deporte, sino que ya se cuenta con un historial que nos puede hacer pensar hasta qué punto el ejercicio puede ser beneficioso o causante de este tipo de enfermedades.
En marzo del 2012, Fabrice Muamba, de 23 años, sufrió un ataque al corazón cuando disputaba un encuentro de la Copa FA. En junio del 2003, Marc-Viven Foe se desplomó en el terreno de juego tras sufrir una hipertrofia en el ventrículo izquierdo. En agosto de 2007, Antonio Puerta, jugador del Sevilla FC, sufrió un paro cardiorrespiratorio en el campo y falleció días después. Daniel Jarque, jugador del RCD Español, en agosto del 2009 falleció por causa de una asistolia. Estos son algunos de los casos de problemas cardiacos en el campo de juego.
El corazón de los deportistas, no solo es mayor que el de una persona que no hace ejercicio (puede serlo hasta el doble), sino que bombea más lento, lo que, según especialistas, puede hacer que las enfermedades relacionadas con el corazón sean más difíciles de diagnosticar. A esto se suma el hecho de que los altos niveles de ejercicio a los que se someten los deportistas pueden aligerar cualquier patología cardiaca de carácter hereditario.
Sin embargo, no solo el fútbol puede acarrear este tipo de enfermedades, sino que hay ciertos deportes de alto riesgo cardiaco, pues requieren una alta exigencia aeróbica. Según la Fundación Española del Corazón, estos son el triatlón, el ciclismo, el boxeo, el remo y el patinaje de velocidad. En la otra cara, aquellos deportes que requieren un menor esfuerzo físico y por lo tanto producen un menor riesgo cardiovascular son el golf, el billar, los bolos y el tiro olímpico.
Esto no se traduce en que sería más conveniente o beneficioso no realizar aquellos ejercicios que necesitan de un alto esfuerzo, sino que siempre se debe atender a las posibilidades y necesidades de cada individuo y se podría ir avanzando progresivamente aumentando la intensidad de los ejercicios sin ponerse en riesgo.