Hace unos días me topé con un vídeo que resumía cómo habían cambiado las mesas de trabajo en 30 años. Diría que me llamó mucho la atención, pero tampoco fue así. Lo que sí hizo fue llevarme a reflexionar sobre ciertas situaciones.
Normalmente, cuando se habla de este tema con los queridos millennials, recuerdan los “viejos tiempos” como maravillosos, mucho mejor que ahora, como que todo era más nuestro. Bueno, más vuestro, porque yo pertenezco a la generación Z.
Aunque haya nacido en el 2000, os puedo asegurar que yo también he vivido (y me acuerdo) una gran parte del cambio que supuso volvernos totalmente electrónicos. He visto Los Teletubbies en cintas de cassette, he escuchado un CD en el Discman de mi madre (también me lo he descargado para el mp3), he mandado zumbidos por Windows Live Messenger...
Mi pregunta es, ¿por qué sigue existiendo el debate sobre qué es mejor? A mí me ha facilitado en muchas ocasiones el hecho de poder buscar información en Wikipedia. No por haberla encontrado ahí tiene menos prestigio que si la hubiera extraído de la enciclopedia de casa de mi abuela (que experimenté una vez, no más por favor).
Me da la sensación de que cuanto más alto llegamos, más nos tira lo vintage: volver a revelar fotos, escuchar discos de vinilo, vestir sudaderas de principios de los 90... pero llamar desde el iPhone 11 Pro.
Los hípsteres son una gran parte de nuestra realidad. Me gusta vivir con una generación en la que cada vez se critica menos la forma de vida de los demás. Soy la primera que se interesa por todo
lo que no pude llegar a experimentar, pero también intento estar al día de lo que se cuece hoy. Cada uno elige el camino que quiere seguir, y todos están bien. No por poner filtros retro en Instagram eres más novedoso, y no por tener el último iPhone tus llamadas van a ser mejores que las de mi abuela desde el Samsung C275.
“Vive y deja vivir”.