Tras la pandemia de 2020, los voluntariados en Sevilla experimentaron una serie de cambios significativos que afectaron tanto a su dinámica como a su alcance. La crisis sanitaria provocada por la COVID-19 generó un impacto sin precedentes en todas las esferas de la sociedad, y el voluntariado no fue la excepción. A medida que la ciudad y el mundo se enfrentaban a desafíos sin precedentes, la solidaridad y el espíritu de ayuda mutua se manifestaron de maneras diversas. No obstante, esas limitaciones también fueron un revulsivo para la innovación y la solidaridad, promoviendo nuevas formas de compromiso social y reforzando el tejido comunitario en la ciudad.
Inicialmente, la pandemia supuso un parón en muchas actividades voluntarias presenciales en Sevilla. Las medidas de confinamiento y distanciamiento social impuestas para contener la propagación del virus limitaron la capacidad de las organizaciones para llevar a cabo proyectos que implicaban interacciones físicas directas. Muchos voluntariados tuvieron que suspender temporalmente sus actividades tradicionales, como la asistencia en comedores sociales, la tutorización educativa o el acompañamiento a personas mayores. Al no poder acudir a las asociaciones, se empezó a romper el vínculo con las personas que atendían y ayudaban, algo clave para poder mejorar esa calidad de vida, como nos cuenta Armando Rotea, presidente de la Plataforma Andaluza de Voluntariado.
Sin embargo, esta situación adversa también impulsó la creatividad y la adaptación en el ámbito del voluntariado, intentando no estancarse y poder dar solución a los problemas venideros. Muchas organizaciones migraron hacia plataformas digitales para continuar con sus labores de forma remota. Surgieron iniciativas virtuales para brindar apoyo emocional, asesoramiento psicológico, y acompañamiento telefónico a personas en situación de vulnerabilidad.
Tal como destaca Armando Rotea, era complicada la atención a las personas, sobre todo porque en Andalucía hay mucho voluntario mayor en la media alta, por lo que todo el tema de las tecnologías era un inconveniente. Muchas personas se apuntaron los primeros meses cuando no se podía salir de casa para ayudar en lo posible y a medida que todo iba volviendo a la normalidad, las entidades organizaron actividades que fueran compatibles con el estado de alarma que había. “Hubo un bajón lógicamente de acción voluntaria porque había muchos sitios donde no se podía entrar como eran los hospitales, centros de mayores, centros de discapacidad y todo eso se pausó durante un largo período de tiempo. Hasta este año no se ha vuelto a la actividad que había en 2019”.
Hasta este año no se ha vuelto a la actividad que había en 2019
Rotea explica, además, que algunas entidades han reflexionado sobre este tema y se ha creado algún tipo de protocolo para las emergencias, sobre todo sanitaria, para saber organizar quién se queda al mando de los proyectos. “Otras entidades más chicas que tienen más dificultades harán lo que puedan, ya que tras el COVID’19 han desaparecido asociaciones o hay muchas que se han quedado con muy poquita actividad, entonces algunas han podido superarlo y están planteando protocolos por si ocurre algo en el futuro y haya opción de emergencia más efectiva”.
Joaquín García Roca presenta en “La exclusión como llamada” un modo de compatibilidad para realizar voluntariado y trabajo en red para transformar la realidad en la que vivimos. Ya que una sociedad sin voluntariado es una sociedad sin corazón. Primero, hay que tener una respuesta efectiva, que se basa en tres puntos principales: involucrar a diferentes grupos sociales, unir a las personas y resolver las diversas necesidades y romper el prejuicio de que, si uno crece, el otro decrece. Segundo, hay que establecer alianzas estratégicas: unir en lugar de fragmentar, buscar puntos de encuentro y áreas comunes donde diferentes grupos con diferentes enfoques puedan colaborar y evitar que intereses individuales contradigan nuestros valores fundamentales. Por último, hay que diseñar estrategias de globalización; desde una visión amplia de la exclusión y reconociendo la importancia de nuestra participación, es fundamental apoyar los esfuerzos por establecer un orden mundial más equitativo.
Una de las fundaciones nacionales con sede en Sevilla, implementa todos estos modelos de compatibilidad en su día a día para construir un mundo un poquito mejor. Esta fundación es Kambia, una ONG vinculada al IBVM en España y parte de la Red Internacional Mary Ward. Trabaja por los derechos de las mujeres, las niñas y los niños, ofreciéndoles oportunidades de cambio para conseguir una vida mejor, por las justicias y transformaciones sociales. Almudena Arenado, coordinadora de la sede de Sevilla nos cuenta que crean acciones de cooperación al desarrollo en comunidades de India, Nepal, Kenia, Marruecos, Sudán del Sur, Tanzania, Perú y Albania. Trabajan con la desigualdad en todas sus formas apoyando proyectos de salud, educación, vida digna y trata. Las inscripciones para ayudar en Marruecos y para hacer un voluntariado durante un verano están abiertas en su página web.