Era el humorista de los humoristas, un buscavidas acostumbrado a luchar. Como él decía “soy un pata negra” y con toda la razón. Sin ninguna duda, por muy pequeño que fuera, en el escenario se volvía enorme.
Gregorio Sánchez nació en Málaga, ciudad de la que siempre presumía . No llegó a tener ningún hijo, ya que su corazón estaba ocupado por su Pepita. Se casaron en 1950, vivieron juntos más de 50 años, pero el día que Pepita se fue, hubo un antes y después en su vida: se retiró de los escenarios y no hubo noche ni día que no le pudiese la tristeza, al hombre que tanto nos hacía ser felices.
Llegó a trabajar en los mejores teatros de toda España, vivió en Japón y recorrió medio mundo, con un sinfín de anécdotas y contando con la risa asegurada en cada una de ellas. Él nunca fue a buscar la fama, ni el dinero, como muchos de sus compañeros dicen, era el compañero más humilde que jamás habían tenido. Muchos de ellos le rinden homenaje en las redes sociales y se unen para que este genio sea conmemorado con la medalla de Andalucía, a la que tanto quería.
Decía Dalí que los genios no tienen derecho a morir porque son necesarios. Chiquito fue un genio para toda una generación y como nunca se va lo que no se olvida, os aseguro que allí donde esté con su Pepita, jamás será olvidado porque se recuerda siempre las cosas buenas que te ocurren en la vida, y lo que pasamos contigo fue mucho más que eso. Por eso, nosotros nos quedaremos aquí riendo un poquito más contigo.
Va por ti, Chiquito.