“Nadie existe a propósito. Nadie pertenece a ninguna parte. Todos vamos a morir. Ven a ver la televisión”. -Rick Sánchez
De los creadores de: “¿habrá vida en otros planetas?” llega su segunda parte: “¿habrá vida en otros universos?”. Sí, no contentos con la primera pregunta, aún irresoluta, van y plantean la segunda. Total, aquí hemos venido a jugar.
Bromas aparte el tema que nos ocupa es cosa seria, pues aún no somos plenamente conscientes de que ese futuro que veíamos tan lejano, con sus nanobots, sus electrodomésticos que hablan y sus preguntas trascendentes nos está alcanzando. Supongo que aquí, ya sea por curiosidad científica o por mero consumo de ciencia ficción y derivados, a ninguno nos es ajeno el concepto de multiverso. El problema es que es una idea que, mayormente, no se toma en serio.
Para los que piensan (como yo pensaba) que dicho concepto nació hace relativamente poco tiempo, la sorpresa será mayúscula (como lo fue la mía) cuando se enteren de que su origen data del siglo XIX, más concretamente del 1895, cuando fue sacada a la palestra por William James. Evidentemente, en los tiempos de James, cuando nos era aún difícil lidiar con la idea de universo, lanzar la de multiverso sobrepasaba con creces la línea que separaba entonces al visionario del loco. Ya en 1957 el físico Hugh Everett coqueteó con la idea, acercándola más a la ciencia desde la filosofía en la que se encontraba. Tras ese leve escarceo, la idea volvió a quedar abandonada.
Pero en la década de los 80 un tal Stephen Hawking, junto a James Hartle, volvió a toquetear la idea tomando como base la teoría del big bang y la mecánica cuántica. Casi nada. Según ellos, la explosión primera y primigenia, no solo dio a luz a un universo (el nuestro), sino a muchos, a muchísimos. Y por si no fuera suficiente y para rizar más el rizo, a toda esta macedonia de universos y mecánica cuántica el bueno de Hawking le sumó agujeros negros, en los que, siguiendo las leyes cuánticas, la información sobre el estado físico de los objetos que entran no puede desaparecer. Vamos, que esos agujeros tienen que dar a algún lado. Aunque esa teoría no convencía demasiado al físico británico por ser muy difícil de demostrar, por no decir imposible hoy en día.
También hay otras teorías que sostienen que no tuvo que haber sido una sola la explosión, sino que se pudieron producir muchas, muchísimas, cada una originando un universo distinto e independiente.
Sea cual sea el origen, y suponiendo que existieran más universos aparte del nuestro, la pregunta que se plantea es la misma: ¿se regirían por las mismas leyes físicas que el nuestro o se diferenciarían en detalles ínfimos? Por un lado, si la respuesta es que sí, que efectivamente se rigen por leyes físicas distintas a las nuestras, encontraríamos que nuestro universo sería el único biofriendly con nuestra vida. La historia de este arco argumental no da para mucho más, solo tendríamos un universo válido y muchos, muchísimos, inhabitables e inexplorables. Siendo realistas, todo un universo tampoco está mal.
Pero si resultase que las leyes físicas fueran semejantes o iguales y solo cambiasen determinados detalles la cosa sería mucho más interesante. Eso significaría que nuestra realidad (con nuestro universo) sería una de muchas casi idénticas, pero no iguales. Significaría que podríamos llegar a ver e incluso contactar con realidades alternativas en las que, quién sabe, quizás se hubiese descubierto la cura contra cualquier cáncer o en la que el deporte más popular se practica con jet-packs o donde quizás, y solo quizás, se cuidase el medio ambiente.
Nuestra realidad entera y todas nuestras vidas cambiarían de paradigma, no seríamos únicos, es más, podríamos ser incluso intercambiables entre un universo y otro. No seríamos ni de aquí ni de allí, si faltásemos podríamos ser fácilmente repuestos por otro de nuestros numerosos “yo”, al más puro estilo Rick y Morty.
Eso seguramente nos haría sentir mucho más insignificantes de lo que ya somos en comparación únicamente con nuestro universo, pero también nos quitaría la presión del día a día y sus problemas. Habría infinitas soluciones, infinitos intentos si se quisiera. Sin la premura de lo cotidiano, si sabemos que la cuenta atrás no va a llegar a su final, todo perdería su aparente importancia.
Pero bueno, eso ya a lo mejor es ir demasiado lejos. Mejor nos vamos a ver la tele.