Retrato de Friedrich Nietzsche – Edvard Munch (1904). A pesar de haber fallecido cuatro años antes, Edvard Munch supo captar en su retrato la melancolía que el filósofo alemán arrastraría durante toda su vida. Admirador de su trabajo, el pintor noruego compartía las angustias vitales del prusiano, dando buena cuenta de la crisis existencial que padecía en obras previas como El grito.
Decía Nietzsche en una de sus célebre citas: «Todo lo que se hace por amor, está más allá del bien y del mal». El filósofo prusiano, que redactó algunas de las obras más influyentes para la política y literatura del siglo XX, fue un hombre enfermizo y débil, cuyas constantes jaquecas y otras dolencias lo mantenían recluido en pensiones de podredumbre donde fraguó gran parte de su pensamiento. Propugnaba el regeneracionismo del hombre que, regocijado en el sufrimiento, acepta su destino y mira con optimismo al porvenir. Era durante los momentos de lucidez, aquellos en los que sus enfermedades le abandonaban, cuando escribía, pero sin salir de su destierro personal. En uno de esos instantes, dio a luz esta reflexión sobre el amor. Él, que en su vida apenas conoció a más mujeres que no fueran la esposa del compositor Richard Wagner, Cósima Wagner; la enigmática Lou Salomé y las prostitutas que visitaba en las casas de citas, terminó siendo rechazado por todas ellas. Probablemente sería esta incapacidad para superar el despecho lo que daría origen a su misoginia. Despreciado, cayó en un terrible aislamiento, donde a pesar de haber conocido el amor, olvidó cómo amar.
Los seres humanos hemos sido obligados hasta nuevo aviso a renegar de los abrazos y los besos
Las calles ya no destilan cariño, y los encierros son iguales o más fríos si caben. Los seres humanos hemos sido obligados hasta nuevo aviso a renegar de los abrazos y los besos. Incluso los apretones de manos, que algunos miraban antes con reticencia por la excesiva formalidad de la que suelen revestirse, son echados en falta. El impacto psicológico parece traducirse en una búsqueda constante por sentirse queridos, da igual el método para su consecución.
España lleva semanas batallando contra el coronavirus desde casa, cuando aquel fatídico sábado de marzo el gobierno anunciaba el Estado de alarma y el inicio del confinamiento. Desde entonces, todo aquello que nos rodea en nuestro encierro parece hablarnos en clave numérica. Algunos de esos números vienen revestidos de tecnicismos: cuántos puntos va a caer el PIB en España como consecuencia de la pandemia, los ERTES que se han realizado en el país o el número de infectados, fallecidos y recuperados por el COVID-19. Otros resultan sin embargo mucho más personales: los números de teléfono que marcamos para hablar con aquel familiar lejano, el número de días que le restan las parejas al confinamiento para volver a verse o, como recoge el artículo de The Cornell Daily Sun, el número de cumpleaños que han sido celebrados desde casa.
El tráfico en Internet ha aumentado un 56% a nivel mundial, y con él las videollamadas y los mensajes de texto a través de aplicaciones móviles. Pero también aquellas dedicadas a prestar ayuda psicológica. Los gobiernos han preparado a la humanidad para enfrentarse al COVID-19, pero ¿cómo luchar contra una pandemia que produce insuficiencia de amor? ¿Qué píldora, qué vacuna previene de este contagio? Yuval Harari, historiador israelí, lo advierte: «podríamos despertarnos en un mundo muy diferente»
Cuando todo esto termine, ¿seremos capaces de salir de nuevo para volver a amar, o nos dedicaremos a permanecer encerrados, consagrando nuestra vida al idealismo de lo que pueda ser? ¿Afrontaremos con optimismo y cariño el porvenir?
No querer salir por no saber amar
Amorafobia: el nuevo miedo que parece advenirse en la sociedad del coronavirus. Terror por no sentirse querido cuando finalice el confinamiento, convencidos de que las nuevas generaciones que vendrán tras la cuarentena serán más reacias, más distantes. Estas inquietudes no se reflejan exclusivamente de cara a la cotidianeidad presente, sino que se presenta con vistas a un futuro incierto, donde reina la duda y la angustia por el qué será. Con una humanidad estática, aislada del ejercicio de sus funciones vitales, nos encontramos enfermos y recluidos, padeciendo las dolencias del filósofo prusiano en nuestras propias carnes.
Amorafobia: el nuevo miedo que parece advenirse en la sociedad del coronavirus. Terror por no sentirse querido cuando finalice el confinamiento
Para salvar este sufrimiento, el ser humano es proclive a expresarse, contar sus miedos e inquietudes. Ante una pandemia de consecuencias imprevistas, hasta lo banal se expresa con cierto sentimentalismo, no por buscar la lágrima, sino para evitar abandonar el mundo que hemos vivido hasta ahora sin dejar constancia de lo que pensábamos. Hemos reinventado el principio que acuñó el sociólogo Niklas Luhmann y nos hemos vuelto comunicación: nosotros somos el mensaje de lo que queremos contar. Y el amor en tiempos del COVID-19 es una novela que desea ser narrada entre todos.
Gabriel García Márquez usando un ejemplar de su obra Cien años de soledad como sombrero – Isabel Steva Hernández (Colita). El escritor colombiano sería el artífice de la obra El amor en los tiempos del cólera en 1985, apenas unos años después de recibir el Nobel de Literatura. Su título ha sido recientemente objeto de ajustes por la prensa, sustituyendo la palabra cólera» por «coronavirus» o «COVID-19». En la obra original, el autor habla del amor que se espera más allá de la muerte.
Buscando respuestas en los maestros
Los primeros en indagar en las historias más remotas del género humano han sido los propios periodistas, psicólogos a pie de webcam en cuyas venas corre ese ferviente deseo por atravesar la psique de sus entrevistados. A través de nuevos formatos, la tertulia en línea sustituye a la entrevista en físico, y el diálogo compartido se hace eco en la narración. Iñaki Gabilondo habla desde el miedo en Volver para ser otros, considerando este evento sin precedentes como la «Prehistoria del futuro». Daniel Ramírez, del periódico El Español, visita cada vez que puede en su podcast Mientras dure el encierro la casa de alguna figura reconocida, entre ellos al propio Iñaki, pero sin salir del portal. Ambos experimentan cada intervención en su medio de forma cálida, interpretando las palabras de su interlocutor y trasladándolas a un mensaje expresivo, incluyendo al oyente en la conversación. Pues si algo quiere el ser humano en estos momentos, es sentirse parte de algo y de alguien.
Los primeros en indagar en las historias más remotas del género humano han sido los propios periodistas, psicólogos a pie de webcam
Sin embargo, emparedados en una habitación, donde las respuestas solo pueden recibirse si están conectados los auriculares, ellos también dudan hasta cuándo podrán aguantar esta farsa sobre lo que creemos que es cercanía. ¿Será verdad que nos acabaremos tragando la burbuja de fábulas en la que nos hemos sumergido? ¿Seremos capaces de seguir engañando la distancia que nos separa a cada uno de nosotros en este encierro? «Planetizar a la gente» es el comentario que Eudald Carbonell, antropólogo y codirector de Atapuerca, ofrece ante esta pregunta. Fomentar la parte social, una idea que no es una sugerencia, sino una propuesta obligatoria.
Algunos piensan, ¿para qué tener miedo; por qué no simplemente disfrutar mientras podamos? Revista de infotainment Eulixe, Una mirada personal a la pandemia. Otros, los que llevan más tiempo padeciendo las consecuencias de lo que implica un aislamiento, han aprendido de quienes estuvieron encerrados antes incluso que ellos. Se han convertido en filósofos del optimismo y de la esperanza. Para uno en concreto, hay lugar para creer que la pandemia unirá más a las personas. «Te sentirás más conectado al mundo, porque de las noticias de fuera depende tu vida y la de los tuyos». Él cree que recuperaremos la libertad, que la vida digital y física trascenderán hasta tocarse; hasta sentir los besos en las mejillas con las mismas cosquillas que aquellos lanzados a cámara durante las videollamadas. Son pensamientos de Roberto Saviano, escritor de la obra Gomorra. Él lleva catorce años aislado, perseguido bajo amenaza de muerte por la Camorra napolitana.
«Nuestro comportamiento es lo que está fluyendo por la red», comenta José María Álvarez, presidente de Telefónica, a un Gabilondo curioso por tratar de adivinar cómo está aguantando la sociedad de la información la excesiva dependencia del medio que la vio nacer. En la otra punta del mundo, el expresidente de Uruguay, José Mujica, responde en el programa Lo de Évole a un Jordi intrigado por las confesiones que el político le envía. «Tenemos un egoísmo individual, pero nos preocupa la sociedad (…) mientras tengas causa para vivir y para luchar, no tienes tiempo para estar desencantado o que te coma la tristeza». Una apuesta por el «sí» a la existencia que también profetizaba Nietzsche.
Extracto de la entrevista a José Mujica para el programa Lo de Évole, emitido en la cadena La Sexta. José Mujica, también llamado Pepe, fue presidente de Uruguay entre los años 2010-2015, siendo entrevistado hasta en dos ocasiones por el periodista Jordi Évole: una durante su período de presidencia y otra tras el fin de su legislatura. En todas sus intervenciones, Pepe Mujica siempre ha reivindicado amar la vida y tener un proyecto en ella, sin importar el fracaso.
Interpretando las preguntas de los aprendices
Para asumir la transformación del cambio que se le adviene a la sociedad, el filósofo proponía combatir todas las influencias que pudieran arrasar con la posibilidad de seguir construyendo nuestro destino. Luchar contra el miedo o la incertidumbre sobre qué será del amor es para muchas personas soportar una pesada responsabilidad. Por ello, son las generaciones jóvenes, víctimas indirectas del COVID- 19, las que tendrán que asumir dicha carga para dar forma a esta respuesta en el futuro, en mitad de un escenario que se torna incierto. Cuatro jóvenes cordobeses tratan de aventurarse más allá de las hipótesis dadas por los expertos.
Luchar contra el miedo o la incertidumbre sobre qué será del amor es para muchas personas soportar una pesada responsabilidad
María Jesús y Laura tienen veinte años. Ambas han sido amigas prácticamente desde la infancia, pero la edad y los intereses hicieron que siguieran caminos separados. Sin embargo, ello no hizo mella en su amistad. Llevan sin verse desde antes de la proclamación del Estado de alarma, pero rara ha sido la semana que no han pasado sin escribirse o realizando videollamadas. Nativas digitales, para ellas el paso del bolígrafo al ratón en sus estudios ha sido más un tedio que un reto.
Sus palabras desprenden duda en cada pregunta que tratan de responder, viviendo en su propia piel las cavilaciones de aquellas cosas que ni siquiera los expertos son capaces de prever. Laura, graduada en Integración Social, es tajante: «La gente creerá que todo va a estar bien cuando acabe, pero va a costar más trabajo abrazarnos. Vamos directos al cambio». La discusión se destapa. Como estudiante de filosofía, María Jesús presenta el contraste: «Vamos a perder derechos sociales. Las empresas van a explotar más aún los trabajadores. Se van a implantar medidas de seguridad adicionales. Pero nuestra cultura de la cercanía no será abandonada».
La conversación se anima. Hablan de sus vecinos, de aquella que les cacarea a sus gallinas, o la anciana que solo baja a comprar al Covirán para hablar con las cajeras del supermercado.
-¿Y no le dicen nada? -La estupefacción en forma de risa compone el marco de lo inverosímil que le parece a Laura semejante situación.
-¿Acaso tú se lo dices a tu vecina que habla «gallino»? -Responde María Jesús encogiéndose de hombros.
Ante tales ejemplos, ninguna cree en la posibilidad de que la sociedad pueda dejar de quererse, pero no se ponen de acuerdo en qué forma y medida podría afectar este confinamiento al amor. En un arrebato de ingenio, Laura pregunta: «Entonces, aunque el gobierno prohibiera darse besos o abrazos, ¿tú los darías si ves a alguien que conoces por la calle?».
-Si te viera por la calle, créeme que te comería a besos y abrazos -Sentencia su amiga.
Se hace el silencio, y una sonrisa termina por escaparse en una de las amigas. No les hace falta seguir hablando sobre el tema: han alcanzado un consenso.
«Estamos ante algo revolucionario, ¿sabes? Bueno o malo, eso ya no lo sé y, sinceramente, tampoco quiero saberlo». Este era el primer año en la carrera de Química para Jaime, quien después de no haber encajado en Física, acabó decantándose por su antítesis. Radicalmente tranquilo, aunque algo hastiado, comenta que el confinamiento le pilló encamado por una fractura de ligamento. Hasta ahora, su único entretenimiento ha sido su pequeño hámster llamado Melvin, que enseña a cámara con cierta gracia. «Lo que son las coincidencias, pero tampoco es que me alegre», comenta después de mostrar la escayola, «ya tengo una universidad que me recuerda todos los días cómo no puedo quedarme en la cama mirando a las musarañas». Entre corte y corte de conexión en la videollamada, logra afirmar que le basta con tener algo de tiempo cada día para pensar en el amor. A pesar del confinamiento, ha seguido hablando con su pareja desde la distancia, separados por tan solo un par de paradas de autobús que a él le parecen kilómetros. «¿Amorafobia? No. No creo, vamos. Simplemente cuando salgamos tendremos algo más de cuidado. Aunque no me atrevería a estar lejos de ella si la viera en persona. Más me preocupa saber si me recuperaré de mi ligamento antes de que acabe el confinamiento».
«No va a haber negocio sobre la faz de la tierra que no tenga una página web después de esto», reafirma Irene, estudiante de Administración y Dirección de Empresas. Sus días se han basado en altibajos constantes, aunque no parece dispuesta a ceder ante el confinamiento. Durante su encierro, donde señala cómo el mundo «por fin se ha parado», afirma que le está dando vía libre para reconciliarse consigo misma. Aunque no sabe con seguridad cuándo terminará el confinamiento, no está preocupada por la vuelta a la normalidad.
-Ya se ha generado un miedo, pero es ahora cuando la gente debe envalentonarse. El cariño del ser humano es esencial (…), si no lo aprecias, ¿qué es lo siguiente? ¿No vivir?
«No va a haber negocio sobre la faz de la tierra que no tenga una página web después de esto»
Plaza Tendillas en Córdoba totalmente vacía en el primer día del confinamiento – A. Carmona (ABCcórdoba). Esta fotografía fue tomada tan solo un día después de la declaración del Estado de alarma por el Gobierno. Desde entonces, Irene, Jaime, Laura y María Jesús han permanecido en sus casas, cumpliendo religiosamente con las medidas establecidas. Al igual que el resto de los españoles, aguardan el día en el que puedan repoblar las plazas y calles de su ciudad, sea para reconciliarse con sus amistades, abrazar a sus parejas o encontrarse a sí mismos entre el gentío.
Asumiendo las consecuencias
Aceptar el optimismo del devenir para dejar atrás los miedos. Armarse de valor para salir a la calle con el corazón en el puño, pero también en la mano. Hace unas semanas, se proyectó sobre el Cristo Redentor de Río de Janeiro una frase escrita por niños y que rezaba en portugués: «Todo va a estar bien». Hemos sido invitados a creer cómo aún no es demasiado tarde para perder la esperanza.
El ser humano ha sido llamado en esta pandemia a superarse a sí mismo
Nuestro padecimiento nos dará una razón de existir, al igual que un fin. El ser humano ha sido llamado en esta pandemia a superarse a sí mismo. Pronto, muy pronto, volveremos a abrazarnos en cada encuentro, ver a las parejas robarse besos furtivos en los portales, dejándonos acariciar por el viento y por nuestros seres queridos. La amorafobia quedará como una anécdota curiosa, un nombre más de tantos que los escritores y periodistas del confinamiento inventaron para tratar de adivinar cómo encararía nuestra especie el cariño cuando regresase a las calles.
En su lecho de muerte, demente y solitario, Nietzsche dedicaría parte de sus últimos escritos, esta vez en formato epistolar, a Cósima Wagner. Incluso en su locura y aislamiento, recordó aquello que le hizo humano: el amor. Porque todo lo que hacemos por él, está más allá del bien y del mal.
Retrato de Cósima Wagner – Franz von Lenbach (1870). La enigmática Cósima, cuya figura ha sido históricamente ensombrecida por la de su marido, fue una mujer realmente inteligente y dotada de un afán por la de la filosofía y lo humano sin parangón, llegando incluso a rivalizar con el pensamiento de Nietzsche. El amor intelectual que se profesaron hasta el último suspiro del filósofo parece evidenciarse en las últimas cartas que le fueron dedicadas por el prusiano, siendo en aquella época la única manera que tenía para mantener contacto con el exterior.En una de sus últimas correspondencias, antes de alcanzar su locura, Nietzsche la declaró como «la única mujer que he admirado». Después de su muerte, Cósima escribiría sobre su relación: «El destino me fue misericordioso, mientras que fue implacablemente cruel con Nietzsche».