Corría el 9 de agosto del año 1969 cuando Charles Mason (1934-2017) y sus discípulos asesinaron a la actriz Sharon Tate (esposa del director de cine Roman Polanski por aquella época y embarazada de ocho meses) y otras seis personas en Los Ángeles. Al día siguiente, miembros del grupo mataron al matrimonio formado por Leno y Rosemary LaBianca en su casa de Los Feliz, otro barrio de Los Ángeles.
Este suceso ha hecho profundos estragos en la sociedad americana durante 48 años. Todavía nadie comprende la capacidad embaucadora de Manson al manipular y controlar la mente de las otras personas que formaban parte de su secta: La familia Manson.
Y, aunque él no cometió materialmente los asesinatos, todo aquel que le conocía coincidía en lo mismo: Era una mezcla de temor, repulsión y fascinación hacia su persona. Manson tenía una "tendencia hacia los cambios de humor y una gran manía persecutoria", tal y como describe un psicólogo que lo describió como "agresivamente antisocial", debido a una familia deplorable.
El crimen fascinó a la vez que horrorizó a una sociedad en la que no había dado cabía a ninguna acción tan violenta como la que cometió. Manson creó una comuna en el rancho Spahn, en el desierto californiano en el que reclutó seguidores (los cuales cometerían posteriormente el asesinato) principalmente mujeres de clase media, con las que tomaba LSD y participaba en orgías.
En 1971, Manson fue condenado a cadena perpetua. Aunque la Corte Suprema de California falló en 1972 que la pena de muerte era inconstitucional y la sentencia se cambió a cadena perpetua con posibilidad de optar a libertad condicional. En ningún momento recibió dicha libertad.
Fallecido el pasado 20 de noviembre, durante sus cuatro décadas en prisión, Manson se mantuvo incorregible, no mostró arrepentimiento y se vio envuelto en numerosos problemas por mal comportamiento.