Un selfie al abismo
Si hay un logro que sorprendió al público, sería la primera foto de un agujero negro. Hacían falta 6 ruedas de prensa y seis artículos científicos para presentarla, el 10 de abril, provocando una ola de fascinación en todos los que la veían. Por primera vez podíamos ver una de estas concentraciones de masa de las que tanto habíamos oído hablar, concebidas casi como algo propio de la ciencia ficción.
Veíamos así el núcleo de la Galaxia vecina Messier 87, una enorme mole de 6.500 millones de veces la masa del sol, situada a más de 55 millones de años luz de nuestro planeta. Por su naturaleza (recordemos que los agujeros negros tienen una gravedad capaz de absorber la propia luz) es imposible visualizarlo realmente, pero sí que podemos ver el disco caliente de materia que lo rodea. Esto con la fascinación que da el saber que todo lo que vaya más allá de este halo se consumirá y pasará a ser parte del agujero.
El logro lo realizaba un conjunto de más de 200 científicos, de 60 instituciones de todo el mundo, que lograron conformar un telescopio planetario (EHT) mediante el desarrollo de una red conjunta con varios telescopios del mundo, situados en Hawái, Arizona, México, Chile, el Polo Sur y España. La cantidad de información que recogía el EHT era tanta que mantuvo a los científicos dos años analizandola, hasta que pudieron organizar los datos y diseñar un algoritmo capaz de representarlos.
Sin embargo, la fotografía es mucho más que una confirmación práctica de la existencia de estos agujeros (ya contrastados teóricamente). Se trata de un gran paso para la confirmación de la teoría de la relatividad general de Einstein. El físico predijo en su teoría la existencia de “cuerpos hipermasivos que no emiten luz”, enunciando ecuaciones de campo que permitían deducir cómo interactuarían con la materia dichos objetos (ecuaciones que nunca pudo resolver), pero siempre rechazó la idea, por que estos no estarían sujetos a la concepción que este tenía del espacio y el tiempo, ya que en la teoría se concreta que estos son capaces de absorber estas realidades. Por esto, el estudio de los agujeros negros servirá para contrastar cómo funciona la relatividad general en el entorno de estos objetos, y si realmente es tan general.
Hasta Plutón... y más allá
La misión no tripulada de la NASA, tan apropiadamente bautizada como New Horizons, volvió a superar sus límites con el comienzo de 2019, alcanzando un nuevo cuerpo celeste: Arrokoth, hasta entonces conocido como Ultima Thule, nombre retirado por tener reminiscencias nazis. Este se encuentra a 6.500 millones de kilómetros de la Tierra, perteneciendo al cinturón de Kuiper, un disco de cuerpos celestes más allá de Neptuno, en el que se creen que se encuentran las claves para comprender los orígenes del sistema solar. De hecho, el pequeño Arrokoth es una reliquia de la época de la formación de nuestro sistema.
Con un tamaño de entre 30 y 45 kilómetros, Arrokoth se compone de dos bloques de construcción diferenciados, unidos por un cuello estrecho. La superficie se encuentra relativamente lisa, con un ligero matiz rojizo (es objeto más pequeño del cinturón de Kuiper al que se le ha medido su color).
Unknown no longer! In a fitting tribute to the farthest flyby ever conducted by spacecraft, Kuiper Belt object #MU69 has officially been named #Arrokoth, a Native American term meaning “sky” in the Powhatan/Algonquian language. https://t.co/QzKZjyULbd@JHUAPL @SwRI https://t.co/qVO60Umuhl
— NASA New Horizons (@NASANewHorizons) 12 de noviembre de 2019
La New Horizons superó así con creces las expectativas que se tenían para ella. Lanzada por primera vez en enero de 2006 para realizar el primer sobrevuelo de Plutón (objetivo que alcanzó el 14 de Julio de 2015), la nave ha continuado su camino hasta donde se encuentra hoy en día. La información sobre este último sobrevuelo aún no ha finalizado, y continuará llegando hasta verano de 2020.
Lo que llegó tras el cataclismo
La historia del gran meteorito que chocó contra la la Tierra hace 66 millones de años, extinguiendo con su impacto al 76% de las especies del mundo (destacando entre estas los dinosaurios) es conocida por todos. Sin embargo, aún existían muchas dudas de cómo se llegó a tan masiva masacre, y cuánto tardó nuestro planeta en recuperarse.
Estas dudas fueron resulta con una de las investigaciones del año. La Expedición 364 al cráter de Chicxulub, el agujero de 180 kilómetros de diámetros en la Península del Yucatán (México) que resultó del impacto de aquel meteorito, logró recoger (en 2016) un cilindro rocoso del borde exterior del cráter. Este fue fragmentado y estudiado por varios grupos de científicos de distintas áreas, lo que llevó, este año, a la publicación de una exhaustiva cronología de aquel suceso.
Entre estos sedimentos, los investigadores encontraron gran cantidad de material orgánico (especialmente hongos y carbón vegetal), seguramente derivado de los restos provocados por los abrasivos incendios provocados por los materiales incandescentes que saltaron con el choque. Además, se generó un tsunami compuesto por olas de hasta un kilómetro y medio de altura. El efecto directo del impacto podría percibirse hasta a más de 2.000 kilómetros de distancia.
Sin embargo, no fue esto lo que causó toda la extinción. En su análisis, los investigadores encontraron cantidades inusualmente bajas de azufre en los materiales. Lo que es aún más extraño tratándose de una zona llena de rocas ricas en este elemento. Por ello, se evidencia que dicho componente ascendió a la atmósfera, impidiendo la radiación solar, lo que supuso un rápido enfriamiento de la superficie.
Más que primos
Hasta hace poco, el concepto del humano prehistórico no iba más allá del hombre de cromañón y el neandertal, incluso para quien le interesaba el tema, existía el homo floresiensis. Sin embargo, en los últimos años hemos tenido que añadir a este grupo nuevos integrantes.
La más reciente incorporación, descubierta gracias a un fragmento de hueso de un dedo meñique de una cueva de Siberia, está levantando revuelo, ya que parece que se acercaron a nosotros mucho más que los propios neandertales. Los estudios genéticos realizados revelan que no solo podrían ser los últimos humanos en la Tierra (descontándonos a nosotros, por supuesto), si no que tambíen procrearon con los homo sapiens.
Los Denisovanos son una ramificación los neandertales, que en lugar de asentarse en Europa y Oriente Medio, lo hizo por Asia. Este conocimiento se deriva de los estudios genéticos realizados en Indonesia y Nueva Guinea, que revelan que la mayoría de los asiáticos tienen ADN denisovano (hasta un 6%).
Sin embargo, los descubrimientos no quedaron ahí. Al contar con tan poca cantidad de restos fósiles, se realizaron nuevos análisis con la esperanza de poder concretar unas características definidas para este grupo de homínidos. Así logró determinarse cuál sería el aspecto de estos.
La supremacía cuántica
Google alcanzó la supremacía cuántica, es decir, ha logrado un ordenador capaz de superar el código binario (bits). Ahora tiene la capacidad de interpretar cúbits, señales que pueden ser unos y ceros al mismo tiempo, por lo que puede almacenar una cantidad de información exponencialmente superior a la de un ordenador convencional.
En un primer momento, se rechazó la posibilidad de que el gigante de internet hubiera realizado tal proeza. Sin embargo, un equipo dirigido por John Martinis, uno de los mayores expertos del mundo en computación cuántica que fue fichado por Google hace 5 años, demostró la proeza al lograr que su ordenador calculara en tres minutos con 20 segundos lo que el más potente ordenador convencional (concretamente el Summit de IBM) habría tardado 10.000 años.
Se trata de un avance único para nuestra especie. El ordenador cuántico, llamado Sycamore se plantea como el primer paso para el desarrollo de nuevas tecnologías hasta ahora inimaginables, y la resolución de problemas que ahora no estaban a nuestro alcance.. un paso más hacía el futuro. Veremos qué nos depara el 2020.