El Premio Nobel de la Paz es uno de los cinco galardones que el científico Alfred Nobel (Estocolmo, 1833) institucionalizó a fin de condecorar a aquellas personas que trabajen a favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición de los ejércitos y/o su reducción, así como la celebración y promoción de los procesos de paz en el mundo. Un comité compuesto por 5 miembros designados por el Parlamento de Noruega es el encargado de decidir a los ganadores, entre los que se encuentra la joven iraquí Nadia Murad.
El pasado viernes 5 de octubre los miembros del comité sueco de condecoración del Premio Nobel de la Paz recalcaron el papel de Nadia Murad: “Tuvo el extraordinario coraje de contar su propio sufrimiento y de ayudar a otras víctimas”. La joven activista luchó desde el primer momento, siendo nominada embajadora de buena voluntad de la ONU para los derechos humanos, así como para la dignidad de los y las supervivientes de la trata de personas en 2016. En 2017 escribió una autobiografía bajo el título "Yo seré la última: historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico", pero su lucha no acaba allí. Para entender su lucha es necesario conocer su historia.
El 3 de agosto de 2014 la aldea de minoría religiosa yazidí de Kocho (al norte de Irak) fue arrasada por los militantes del autodenominado Estado Islámico. Su objetivo era y es terminar con ese grupo concebido como infieles. Cientos de personas fueron asesinadas y cerca de 3.000 jóvenes fueron secuestradas y forzadas a ser esclavas sexuales para dicho grupo terrorista. Nadia fue una de muchas, pero a la vez, una de las pocas que consiguió escapar. Huyó en 2015 hacia Alemania, donde reside en la actualidad. En palabras del Comité, Nadia es “una de las cerca de 3.000 niñas y mujeres que han sufrido abusos sexuales como parte de la estrategia militar de Estado Islámico que usaban ese tipo de violencia como un arma contra los yazidíes y otras minorías religiosas”. Movida por todas las atrocidades, injusticias y atentados contra la dignidad y los derechos humanos que vivió de primera mano durante tres meses, ha dado un paso al frente. Tal y como estableció el Comité, “se negó a aceptar los códigos sociales que obligan a las mujeres a permanecer calladas y avergonzadas por los abusos de las que han sido víctimas. Ha demostrado un coraje inmenso para mostrar su sufrimiento y alzar su voz en nombre de las víctimas”.
Hoy la joven pide que aunemos las fuerzas de todo el planeta para poner fin a delitos de este calibre: “Un solo premio y una sola persona no pueden lograr este objetivo, necesitamos un esfuerzo internacional con la ayuda de instituciones y la participación de mujeres y jóvenes, con la participación de las víctimas para traer de nuevo la vida a las regiones destruidas por la guerra”. Y no solo propone situaciones a nivel internacional, localmente apuesta por presionar a los gobiernos para que acepten refugiados. Aconseja, además, trabajar como voluntarios con asociaciones de apoyo, mandar ayuda y acoger a yazidíes en sus propias casas; entre otras medidas al alcance de todos.
Asimismo, en varias de las entrevistas que la yazidí ha concedido, hace referencia a la falta de protocolos y legislaciones especiales para aquellos supervivientes de genocidios: “Las mujeres yazidíes llegan rotas, hay que reconstruirlas. Muchas han perdido a sus maridos y tienen que cuidar de sus hijos y familiares. Hay chicas que no tienen a nadie. Pero, pese a todo, vamos a salir adelante”
La lucha de la joven de 25 años no acaba con este galardón, reafirma su compromiso con la causa y establece que no parará hasta conseguir ser la voz de todos aquellos que no tienen voz: “Mi supervivencia se basa en defender a las víctimas de la violencia sexual”.