Tras una legislatura de gobierno del centro derecha, con el empresario Mauricio Macri al frente, Argentina vuelve a elegir a un presidente peronista. El binomio Alberto Fernández – Cristina Fernández se impuso el pasado domingo en las elecciones presidenciales a la candidatura de Juntos por el Cambio, con la que Macri se postulaba a la reelección.
El cambio ideológico radica en la vuelta de una tendencia política autóctona de Argentina al poder: el peronismo. Este se caracteriza por tener un talante más populista y pretender representar las aspiraciones más populares, sean estas las que fueren. En definitiva, y según muchos reputados politólogos que han estudiado este fenómeno desde su surgimiento en la década de los 40, es un movimiento, ideología y tendencia política que se adecua a las demandas y voluntades del momento, pero que podría encuadrarse en una tendencia izquierdista en el contexto latinoamericano.
El nuevo gobierno hereda una maltrecha economía marcada por la depreciación del peso argentino, una alta inflación y más de un tercio de la población (unos 16 millones de personas) en situación de pobreza. Además, deberá hacer frente a la devolución del préstamo que el Fondo Monetario Internacional concedió al país sudamericano en la última legislatura.
La campaña electoral arrancó con las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) el 11 de agosto, con una victoria aplastante del Frente de Todos (Alberto Fernández – Cristina Fernández), que cosechó el 47,66% de los votos, más de 15 puntos por encima del 32,08% de los apoyos que consiguió el candidato a la reelección.
Desde entonces, Macri desarrolló una estrategia electoral más agresiva y cercana a la población. De esta forma consiguió remontar en las encuestas, aunque nunca hasta el punto de asfixiar a la candidatura del Frente de Todos. Del otro lado, Alberto Fernández procuró mantener cierta distancia con Cristina Fernández, que genera adoración y animadversión a partes iguales.
El pasado domingo se confirmó lo que muchos ya esperaban: el peronismo vuelve a la presidencia del país, aupado por más de 12 millones de votos, el 48,1% del total. Superaba así el 45% que el sistema electoral argentino estipula como necesario para ganar en primera vuelta y evitar una segunda votación, conocido como balotaje, entre las dos candidaturas más apoyadas. El nuevo gobierno, que comenzará el ejercicio de sus funciones el 10 de diciembre, parece gozar de gran legitimidad, en tanto que en Argentina el voto es obligatorio.
Sin embargo, la diferencia con la candidatura del actual presidente se ha visto acortada a la mitad respecto a las primarias de agosto. Macri, que esperaba “un milagro”, ha conseguido rebajar a la mitad la diferencia, que finalmente ha sido de algo menos de 8 puntos (40,38% de los sufragios).
Dejando a un lado la antipatía mutua entre ambos candidatos, el presidente en funciones y el presidente electo se reunieron en la jornada de resaca electoral en la Casa Rosada, lo que muestra la buena disposición de ambos para llevar la transición de la forma más estable posible.
A la espera de conformar un nuevo ejecutivo, el presidente electo Alberto Fernández ya dio señales de la gran afinidad política que parece tener con su futura vicepresidenta, Cristina Fernández, a pesar del distanciamiento que mantuvo en campaña. Llegó a afirmar que la expresidenta argentina y él son “lo mismo”.
Además de los resultados de las elecciones presidenciales, conviene prestar atención a los resultados que han traído las legislativas. Del total de 257 escaños que componen la Cámara de los Diputados, se han elegido a 130, así como un tercio de los miembros del Senado (24 de 72). El sistema político argentino contempla la renovación cada dos años de un tercio de senadores y de la mitad de los diputados. En ambas cámaras, la fuerza más votada volvió a ser la peronista Frente de Todos, que consiguió 64 diputados frente a los 56 de la lista de Juntos por el Cambio (JxC), y 13 senadores frente a 8 de JxC.
A pesar de la victoria tanto en las elecciones presidenciales como en las legislativas, el nuevo ejecutivo argentino tendrá ciertas limitaciones a la hora de legislar. Aunque el Frente de Todos vaya a disfrutar de mayoría absoluta en el Senado (42/72 asientos), tendrá que llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas no integradas en su candidatura para impulsar leyes en la Cámara de los Diputados. En la Cámara baja, la fuerza peronista ha quedado a un diputado de la mayoría, lo que abre ahora una disputa entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio por el liderazgo de este órgano legislativo.
Pero no solo de factores exógenos dependerá la capacidad del presidente y su gabinete para impulsar iniciativas gubernamentales. También tendrá que medir fuerzas con los otros líderes políticos integrados en su candidatura, que no cederán tan fácilmente sus cuotas de poder.
Entre los muchos retos que afrontará el nuevo ejecutivo emanado de las urnas, reducir la inflación y mejorar las condiciones de vida de la cada vez más empobrecida población son quizás los más acuciantes. Para ello, será necesaria una cierta unidad de acción de todas las instituciones del Estado argentino, desde los niveles provinciales hasta el gobierno y el poder legislativo. Se pondrá a prueba la capacidad de acuerdo de las fuerzas políticas de Argentina y el peso que tienen (o no) los egos en una política dominada por los mismos durante las últimas décadas.