Un día después del esperpéntico referéndum que se dio lugar en algunos municipios de Cataluña y tras las declaraciones de los dos líderes políticos implicados (Rajoy y Puigdemont) solo cabe una sola lectura de este golpe de estado: que se ha traicionado a un país entero.
El principal traidor no tiene apellido catalán. Se llama Mariano Rajoy Brey y tras una larga y violenta jornada en la que la democracia española vivió uno de los episodios más deleznables de su historia, el inquilino de la Moncloa tuvo el valor de afirmar que no se produjo el referéndum y que, además, no aplicará el 155. Soraya sigue en Barcelona, supongo que esperará a que les siga financiando con el FLA el último paso para la desconexión total.
El otro actor en esta obra de teatro, que ni el mismo Shakespeare podría haber creado, es el presidente de la Generalitat de Cataluña, impuesto por la CUP, perteneciente a la formación del tres por ciento, traidor a su partido y al pueblo catalán, Carles Puigdemont. En la noche de ayer tras haber perpetrado el mayor golpe de estado en los 40 años de democracia, rodeado de toda la horda separata y con una verborrea digna de un estudiante de primaria, amenazó al conjunto de la soberanía española con aplicar su ley de desconexión en un par de días (yo apuesto que será el miércoles) mientras que en Madrid ni Mariano Rajoy dimite ni Felipe VI da la cara cuando están intentando resquebrajar el reino que ha heredado.
España, con estos dirigentes, está condenada. 500 años de historia a la basura por la incompetencia de una banda de mercenarios que solo quieren el poder, el calor del sillón y del escaño, mientras hacen campaña a costa de la delicada salud del estado español, enfermado por un nacionalismo financiado desde Madrid.